Hollywood le va a dedicar una película a
Dalí, pintor genial y extravagante ‘ávida dollar’, como le marcó Bretón. Si en
todo artista resulta difícil separar la vida de la obra, en el caso de Dalí el
empeño es casi una quimera; entre otras razones porque él se encargó (con la
ayuda de su iniguaaaaaalable Gala, como pronunciaba enfáticamente)  de levantar la imagen de un ídolo más teatral
y ficticio que de carne y hueso.

Sucede que esa confusión ‘interesada’
entre vida y obra, tan rentable para edificar mitos literarios, no es una ley
general en el universo artístico.

No es el caso, por ejemplo, del poeta
Leopoldo María Panero, quien en 1984 pidió: «Que no usen mi torpe biografía
para juzgarme. La literatura no es un modo de vida». Supongo que algo así
podrían haber reclamado Borges, quizás Baroja, y todos esos escritores que
levantaron un muro entre su biografía y su obra. Galdós, Juan Ramón Jiménez o
Pedro Salinas, por ejemplo. ¿Pero cabría decir lo mismo de aquellos escritores
con tendencias más ‘extrovertidas’? Pensemos en Laurence Sterne, en Valle, en
Hemingway, en Quevedo o en  el propio
Cervantes. ¿Seguro que la literatura no es un modo de vida para Wilde, para
Lorca, para Alberti?

Lo que me conmueve de esas palabras de
Panero no es lo que tienen de diagnóstico o 
declaración, sino lo que tienen de queja, de petición de tregua y de
amparo. Más que un juicio, Panero formula una llamada de auxilio. Algo así
dejó  escrito también Jaime Gil de Biedma
cuando reclama un alto en sus desdichas: «con tal de que la vida deponga sus
espinas». Qué distinto de esos artistas, (como Dalí) que hicieron de su propia
vida un espectáculo. El guión de la película lo prepara Andrew Niccol,
guionista de ‘El show de Truman’. Yo creo que con repasar las declaraciones
periodísticas de Dalí tendría hecha ya la mitad del trabajo.