Interior, noche. No está fumado ni ha
bebido. De repente, el genio de la lámpara maravillosa se le aparece como una
revelación. ¿Qué le pide? Lo primero que se le viene a la cabeza es la tripleta
popular: salud, dinero y amor. Aunque… qué carajo, se dice a sí mismo, nada de
salud, que estoy como un toro. Pasta, dinero, que nunca sobra. Pensó también en
el amor, pero lo desechó enseguida porque se acordó del viejo chiste de los
deseos y la ‘gallinita’ insaciable, y le dio la risa. Decidido: dinero; no se hable
más.
-¿Sólo pides un deseo?, preguntó el
genio.
–Sí, sólo uno: dinero, pasta, fusca…,
como prefieras llamarlo.
-¿Y qué cantidad?
-La mayor posible. ¿Es que tengo que
fijarla yo?
-Por supuesto, de lo que te entregue es
de lo que tendrás que responder.
-Pues la cantidad mayor posible.
-Así no vale. Tienes que fijar una cifra
-insistió el genio.
-Entonces, mil millones de euros -exclamó
entusiasmado.
-¿En un cheque o en efectivo?, inquirió.
Esa pregunta le dejó más desconcertado
aún y le condujo a un silencio melancólico, lejos de la alegría del encuentro
fortuito.
Pensó que no era buena idea pedir dinero.
«¿Qué hago yo con mil millones de euros? Menudo lío, con lo mal que se me dan
las cuentas». Se quedó un buen rato sin decir palabra, meditabundo. Después,
cuando percibió que el mago empezaba a ponerse nervioso, le dijo:
-Lo he pensado mejor. No quiero dinero.
Deseo que encuentres una foto que perdí hace años, cuando era niño, en la que
aparezco sentado en un pupitre ante el mapa de España. Sólo eso.
Se oía el tic-tac de un reloj. Tenía la
mente en blanco, pero distinguió claramente la voz de su mujer:
-¿Qué haces con esa foto, dormido en el
sofá? ¿No ibas a preparar la declaración de la renta?