Quizás por ser periodista los amigos
recurren a uno para encasquetarle tareas de ayuda a sus hijos. Por ejemplo,
‘echar una mano’ en los comentarios de texto. En esta ocasión debía de ser un
profesor veterano, pues se trataba de un artículo de Azorín (¿y quién lee ya a
Azorín?), alusivo a las características del caballero. La noticia -y el vídeo,
tan Tarantino- del delincuente pateando en un tren a una joven «por ser
ecuatoriana» me invitan a escribir sobre el pavor de la violencia absoluta,
pero he pensado que no, que voy a escribir sobre las virtudes que adornan al
caballero según Antonio de Guevara y Azorín porque el asunto de fondo me parece
que es el mismo. Tener valor. Y valores.
Al hijo de mis amigos le ayudé con su
comentario de texto recordándole ejemplos de personajes históricos o pasajes
(muchas veces protagonizados también por gente anónima) en los que el valor de
la virtud triunfa y se impone frente a la adversidad del mal y la ignominia;
por ejemplo, el hombre que cumple con su responsabilidad sin necesidad de
vigilancia o recompensa; cuando el ciudadano es generoso con los suyos más allá
de lo que le impone la ley; cuando su mano izquierda da sin que se entere la
derecha; cuando se empeña en no coleccionar agravios sin confundir la
tolerancia con la debilidad. Tener valor.
Al hijo de mis amigos le quedaron las ideas más claras, por ejemplo,
tras la iniciativa que Cáritas presentó ayer en Cáceres: un mapa de la ciudad
elaborado especialmente para inmigrantes, como esa ecuatoriana humillada y
ofendida en el tren.
«Lo que al caballero le hace ser
caballero», decía el texto a comentar «es ser medido en el hablar, largo en el
dar, sobrio en el comer, honesto en el vivir, tierno en el perdonar y animoso
en el pelear». Con valor. Y con valores. De eso es de lo que yo quería hablar
hoy.