A pesar de ello, ¿quién no ha soñado alguna vez con desprenderse de los malos momentos de la vida, borrar de un plumazo los desamores, esa espina en el corazón clavada, los cataclismos de la juventud, incluso las derrotas ominosas de nuestro equipo de fútbol? (Sobre todo si trata de seguidores del Atlético de Madrid que, por suerte, no es mi caso).
Ser invisible o no sufrir el peso de culpa alguna son aspiraciones secretas y recurrentes. La ciencia acaba de dar un paso en esta carrera vertiginosa y fantástica. Expertos en neurología del sistema universitario estatal en Nueva York están experimentado con un fármaco, denominado ZIP, que aplicado a una molécula en el cerebro es capaz de bloquear determinadas informaciones aprendidas, según un artículo publicado por ‘The New York Times’.
El experimento, llevado a cabo con animales, abre un formidable abanico de posibilidades en el tratamiento de recuerdos traumáticos, de adiciones varias o en el campo de la memoria y del aprendizaje si, como suponen los expertos en neurociencia, el sistema de memoria trabaja de forma casi idéntica en las personas.
Cuántos soñarán ahora con acudir al hospital con el cerebro lleno de hojarasca y puntos negros como el conductor que acude a la ITV o el usuario informático para que le ‘resetén’ la computadora. Con la ventaja añadida de que no hará falta borrar todo el disco duro, tan solo aquellos ‘archivos’ dañados, esos iconos malditos del lado oscuro, enquistados más allá de la línea de sombra.
Sin embargo, me inquieta la efectividad real de estos avances. ¿Acaso no es verdad que la paloma, que se lamenta eternamente por la resistencia del aire, sería incapaz de volar si no dispusiera de ese aire en que se apoyan sus alas? Si el hombre aprende de sus errores y nunca a través de cabeza ajena, qué ocurrirá cuando decida borrar las contrariedades de la vida, los palos que le hicieron ganar experiencia? ¿Saben lo que les digo? No pediré que me suministren ZIP. De momento.