Las propuestas son muy variadas: van desde el Silbo Gomero hasta la Rapa das Bestas de Sabucedo, pasando por los Sanfermines, la tradición de la Virgen del Pilar de Zaragoza, el Carnaval de Cádiz, las Fallas, el Fin de Año en la Puerta del Sol de Madrid, el Txistu del País Vasco, las Hogueras de San Juan de Alicante, la Feria de Abril de Sevilla o el Camino de Santiago. Hay donde escoger.
¿Y qué pasa con Extremadura? Pues figuran dos aspirantes: el Jarramplas de Piornal y el Festival de Teatro de Mérida, que se pueden apoyar en una votación ciudadana a través de la página web ‘www.bocc.org’.
A mí me parecen muy acertadas esas dos candidaturas extremeñas, mestizas de fiesta y de teatro. Pero una encuesta rápida entre mis compañeros de trabajo me ha dejado la cabeza como una devanadera, con muchas más sombras que luces. Propuestas para todos los gustos. Algunas muy definitorias del origen de cada cual. Desde los que defienden a capa y espada los carnavales de Badajoz y Navalmoral, hasta los que consideran ‘imprescindibles’ los Sanjuanes de Coria, la Encamisá de Torrejoncillo (lo siento, no pregunté a nadie de Navalvillar de Pela), las Cañas en la Feria de Plasencia, la Octava del Corpus de Peñalsordo, el Chíviri, las Carantoñas de Acehúche o la Fiesta del Cerezo en Flor.
La encuesta improvisada transformó el debate en una jaula de grillos. No dejaban de volar las candidaturas. Y_ahí vieras a los que pugnaban por el Womad o el Play y los que se atrincheraban en propuestas menos trilladas: los Negritos de Montehermoso, el Carnaval de Montánchez o La Carrerita de Villanueva. Hasta que alguien en mitad del barullo sentenció y puso el punto final: «Nuestro verdadero patrimonio inmaterial es comer jamón de bellota y hacer botellón. Lo demás son gaitas».