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Bien de altura

La noticia ocupó apenas un breve en este diario: «Se sube a un tejado para ‘leer con tranquilidad’». A los pocos minutos se habían multiplicado los comentarios en la web y en las redes sociales. Nadie se acordó de Simón el Estilita, aquel asceta que decidió alejarse de las molestias que le causaban quienes se acercaban a la cueva donde vivía y pasó los últimos 37 años de su vida haciendo penitencia sobre una columna de varios metros de altura. Ni de la ‘Valentina’ de ‘Crónica del alba’, de Ramón J. Sender, donde el coprotagonista pasaba tantos ratos sobre el tejado, conviviendo con sus desasosiegos.

La verdad es que en los edificios de las ciudades no debe de resultar fácil encaramarse a los tejados. Por eso se justifican algunos comentarios en la Red:

«La cultura tiene sus riesgos».

«Eso es dejar volar la imaginación».

«Que le den un premio a la lectura».

O la propuesta de algún lector, sugiriendo una ‘reformulación’ de la historia periodística: «La noticia debería ser: La Policía redujo ayer al delincuente sevillano conocido como «el lector». Según fuentes cercanas al Gobierno, el sospechoso fue acorralado por la Policía en un tejado de la zona de las 232 Viviendas, armado con un libro. La captura pudo llevarse a cabo gracias la denuncia de un vecino, alertado por el inusual silencio y educación que mostraba el sujeto. ‘Nunca veía la televisión y siempre daba los buenos días’, declaró».

Al hilo de las alturas, yo me acordé de ‘El barón rampante’, de Italo Calvino, con aquella metáfora de rebeldía contra el mundo. Y de ‘Amarcord’, de Fellini, con el personaje que trepaba hasta un árbol de gran altura para gritar a los cuatro vientos: «¡Quiero una donna!», un obsesivo al que nadie devolvía al suelo, excepto la monjita del psiquiátrico, enérgica y maridispuesta.

Mi amiga la periodista Mar Arias se acordó de ‘Las vírgenes suicidas’, de Sofía Coppola, donde una de las hijas también se subía al tejado para protestar por la opresión de sus padres. Paco Hurtado, senior, recordó a Topol, el actor protagonista de ‘El violinista en el tejado’… Supongo que el tema daría para un tratado de erudición literaria y cinematográfica. Y también para un buen anecdotario inspirado en casos reales. Seguro que los evolucionistas son capaces de hallar el rasgo atávico que nos empuja a trepar a los árboles, a lo alto, como nuestros antepasados los monos.

Recuerdo ahora que, de niño, nos enseñaban unos ripios para que aprendiéramos a distinguir las palabras esdrújulas y acentuarlas debidamente: «En tiempos de los apostooooles, había unos hombres barbaaaaaros que se subían a los arboooooles para coger los pajaaaaaros».

A mí lo que más me interesa de la historia del joven que se subió al tejado de ese edificio cacereño no son las razones por las que lo hizo –pues ya las confesó de forma breve y transparente: «para leer con tranquilidad»–, ni las dificultades o peligros que tuvo que sortear hasta encontrar un lugar propicio para la lectura. Lo que me tiene en vilo es no saber qué libro estaba leyendo, qué joya de la literatura le reclamaba un aposento tan fantástico. Si la editorial o el autor se enterasen, no encontrarían mejor publicidad para promocionarla: «La obra que te empuja a leer en el tejado».

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Juan Domingo Fernández

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