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Sonría, que es sano

En uno de sus cuentos más famosos, ‘El mono que quiso ser escritor satírico’, Augusto Monterroso  nos acerca el desasosiego que invade al protagonista del relato después de un minucioso aprendizaje de las cosas de los hombres. Una enseñanza que fue adquiriendo en cócteles donde siempre era agasajado con júbilo y en los que –«por contrarios que fueran a él en política internacional, nacional o doméstica» tanto las Monas como los esposos de las Monas– él «se mostraba invariablemente comprensivo», con el ánimo de perfeccionar su conocimiento de la naturaleza humana y retratarla en sus sátiras. Pasado un tiempo, el mono que aspiraba a ser escritor satírico consideró que había completado su formación en la materia y que era el más experto entre todos los animales. Pensó entonces que podía escribir en contra de los ladrones y se fijó en la Urraca, «y principió a hacerlo con entusiasmo y gozaba y se reía y se encaramaba de placer a los árboles por las cosas que se le ocurrían acerca de la Urraca; pero de repente se dio cuenta que entre los animales de la sociedad que lo agasajaban habían muchas Urracas y especialmente una, y que se iban a ver retratadas en su sátira, por suave que la escribiera, y desistió de hacerlo».
Después quiso escribir sobre los oportunistas y se fijó en la Serpiente, gran aduladora que le permitía mantenerse siempre en sus cargos e incluso mejorarlos. Pero reparó que conocía a bastantes Serpientes amigas suyas que podían darse por aludidas y también desistió de escribir sobre ese tema.
Creyó que podía escribir una gran sátira sobre los laboriosos compulsivos y se fijó en la Abeja, «que trabajaba estúpidamente sin saber para qué ni para quién», pero se dio cuenta que muchos amigos podrían darse por aludidos y desistió de escribir e incluso desistió de compararla con la Cigarra, para la que también tiene el protagonista del cuento palabras ingeniosas. Se propuso abordar la promiscuidad sexual y pensó centrarse en las Gallinas adúlteras y casquivanas, pero su empeño naufragó ante los mismos reparos que había sentido con los otros animales: eran tantos los vínculos y los agasajos recibidos que prefirió no arriesgarse.
Al final se propuso escribir sobre las debilidades y los defectos humanos, pero comprobó que esa materia salpicaba a todos sus amigos y a él mismo, por lo que renunció en ese instante a ser escritor satírico.
No voy a desvelar cómo acaba el cuento  de Monterroso, pero su fábula me parece de una actualidad imperecedera. Raro es el ciudadano que soporta la brisa de la ironía o de la alusión personal o profesional sin torcer el gesto y anotar la afrenta. Eso tan español de reírse de los demás pero jamás de no de uno mismo debe formar parte ya de nuestro ADN social. Es lo que sucede en el cuento de Monterroso, que los compromisos y servidumbres impiden elegir el tema libremente.  Dice Irene Vallejo que en el vocabulario de los españoles «’criticar’ es un verbo de conjugación irregular, varía con la persona: yo atino, tú criticas, él insulta». Es inquietante esa realidad porque además de no prosperar los escritores satíricos, alguno puede creer que vale más por lo que calla que por lo que dice.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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