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Vestir el muñeco

Con la excusa de los recortes, los españoles nos hemos visto empujados a rescatar los estandartes del estoicismo, una corriente filosófica muy consoladora para tiempos de vacas flacas. A la fuerza ahorcan. Séneca vuelve a ser el guía. Y Epícteto: «Engrandecerás a tu pueblo no elevando los tejados de sus viviendas, sino las almas de sus habitantes».
Se rescatan frases con poder estimulante: «¿Dificultades? Las de mi padre, o las de mi abuelo». «A vosotros os lo han dado todo hecho». «No valoráis lo que tenéis porque os lo han regalado, no es fruto del sudor y del esfuerzo». Cosas por el estilo.
Cada época genera sus mitologías y supersticiones. Los sociólogos saben muy bien que la España empobrecida y desangrada de la posguerra sólo podía consagrar, por ejemplo, a un torero enjuto como Manolete para encarnar al héroe de las masas, al signo de los tiempos… De la misma manera, en los años sesenta, la España que se sacudía bastantes penurias de todo tipo empezó a desperezarse del subdesarrollo y alimentó el toreo alegre y consumista de Manuel Benítez ‘El Cordobés’, los Seat 600, el turismo y hasta las divisas de la emigración. Yo creo que el mérito de las sucesivas generaciones es equivalente, lo que varía son las circunstancias económicas y sociales. Pero no me parece que existan saltos o irregularidades de modo que se pudiera exclamar: «¡Vaya generación de inútiles o de vagos la de los nacidos en tal o cual década!». Políticos al margen. Por eso no merece mi consideración quien se empeña en observar la realidad con las anteojeras del sectarismo y del afán propagandístico; esos especímenes cuyo eje argumental no es el estoicismo –en el fondo tan hispánico– sino lo que yo llamo la trampa del ‘reproche retroactivo’, que empieza por el «y tú más» y acaba por «como tú te equivocaste y lo hiciste mal, ni ahora ni nunca puedes afearme lo que yo decida». Ese planteamiento, que incendiaría los circuitos de cualquier sistema lógico, funciona, oh milagro, cuando se trata de psicología social, de ‘supersticiones’ políticas y opinión pública. Las estrategias de la falsificación. Vestir el muñeco.
Dado que ya existen, por ejemplo, programas informáticos que nos permiten descubrir –a través de una especie de barrido o escaneado– qué partes de un texto no son originales y están minadas con ideas plagiadas, confío en que llegue un día en que se pueda detectar, a través de mecanismos ‘objetivos’, todas esas argumentaciones bastardas, trufadas de sofisma y falsedad.
En España, por desgracia, esa manera de proceder entre doctrinos y currinches no es exclusiva de ninguna ideología en concreto. En todas partes cuecen habas. Sospecho, sin embargo, que la cantinela seguirá machacándonos un día y otro y otro…
Es una obviedad, pero hay que volverlo a decir: renegar de los ‘excesos’ cometidos (en los ámbito públicos y también en los privados) no nos legitima para santificar el ‘suicidio’. Swift lo dijo a su manera: «El esquema estoico de colmar nuestras necesidades rebajando nuestros deseos es como cortarnos los pies cuando queremos zapatos».

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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