Se ha repetido muchas veces que vivimos en una sociedad que posee cada día más información pero está cada día menos informada. Nos avasallan los datos, la documentación, pero eso no significa que poseamos más conocimiento, que seamos más ‘sabios’. Diría que, seguramente, ocurre lo contrario.
La sociedad de nuestros días está disparando las cifras de los ‘solitarios urbanos’, atenazados en un modelo de vida donde el tiempo de convivencia se reduce porque hasta las tareas del ocio son cada vez más individuales, menos compartidas: los teléfonos móviles y las tabletas están ganando la partida incluso a las sesiones familiares de televisión y de cine. Pero tal situación, en teoría proclive para fomentar una introspección que condujera al razonamiento y a la ‘pasión filosófica’ lo que alimenta es el gusto por la pura evasión y el espectáculo. Quiero decir que este modelo en vez de producir unas generaciones con miles de sabios lo que produce a espuertas son tuiteros…
El chasco es mayor si reparamos en otros aspectos. Por ejemplo, el sentido crítico frente a lo que podemos llamar el ‘pensamiento dominante’. En nuestra sociedad se fagocitan igual las ideas buenas, malas o mediopensionistas. Y todas con una vigencia que no viene marcada por su valor o su importancia, sino por las leyes internas de un mercado que se mueve en función de tendencias, de intereses, que establecen las grandes corporaciones de las nuevas tecnologías de la comunicación y la banca, que además de estar globalizadas no tienen, como el dinero, ni patria ni alma.
Recomienda Antonio Machado a través de Juan de Mairena que se huya de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. «Nunca perdáis contacto con el suelo; porque sólo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura». Y hablando de lo saludables que son las posiciones escépticas, aún es más explícito: «Confieso mi escasa simpatía –habla Juan de Mairena a sus alumnos– hacia aquellos pensadores que parecen estar siempre seguros de lo que dicen. Porque si no lo están bien lo simulan, son unos farsantes; y si lo están, no son verdaderos pensadores, sino, cuando más, literatos, oradores, retóricos, hombres de ingenio y de acción, sensibles a los tonos y a los gestos, pero que nunca se enfrentaron con su propio pensar, propicios siempre a aceptar sin crítica el ajeno».
Tratados como ‘masas’ (encima con la facilidad prestidigitadora de hacernos creer que somos cada vez más ‘únicos’) los ciudadanos estamos obligados especialmente ahora a desarrollar el sentido crítico y la distancia cordial y saludable con quienes en verdad manejan los hilos de las marionetas.
Yo me reconozco radicalmente machadiano en esta materia. Y entusiasta de las enseñanzas de Juan de Mairena, que lo explica mejor que nadie: «El escepticismo a que yo quisiera llevaros es más fuente de regocijo que de melancolía. Consiste en haceros dudar del pensamiento propio, aunque aceptéis el ajeno por cortesía y sin daño de vuestra conciencia». Y luego les aclara: hay que pensar, en suma, sabiendo que los callejones tienen salida. Tienen salida.