Supongo que la banda sonora para la crónica de este tiempo es la canción ‘A cántaros’, de Pablo Guerrero: «Hay que doler de la vida / hasta creer / que tiene que llover a cántaros». Habrá quien se acuerde de Quevedo: «Miré los muros de la patria mía…» y muchos de aquella España, «Me duele España», de la que se dolió Unamuno y los integrantes de la generación golpeada por los desastres de 1898 y de un mundo verdaderamente en decadencia. En descomposición.
Como ahora. Bajo unas élites dirigentes amorales, que no reconocen más dios que el dinero y con los modos desvergonzados de quienes se atrincheraron en la impunidad, el españolito de a pie lucha por sobrevivir a una crisis que tiene su origen en la voracidad financiera de mercados distintos… y distantes. Una crisis que a la mayoría le ha llegado ‘sobrevenida’ y no por vivir –como se ha insistido injustamente, tantas veces– por encima de sus posibilidades. Ese españolito que no ha hecho otra cosa que trabajar cuando ha encontrado trabajo, se enfrenta ahora a un doble esfuerzo titánico: resistir los vendavales de la crisis y la podredumbre de los que se aprovechan del poder económico para enriquecerse con el dinero ajeno. La corrupción política apesta.
Supongo que antes o después tendrá que producirse una catarsis, una purificación que rehabilite modos y procedimientos en una sociedad, la nuestra, que ha sido invadida por el virus de la corrupción social. Un virus lento e implacable que actúa como las termitas, un virus que va socavando el edificio general, la casa de lo común, de todo lo público, hasta convertirlo en algo endeble, hueco, carcomido por galerías inmundas.
No basta con lamentarse. Frente a la corrupción hay que mantener posiciones activas: denunciando, rehuyendo formar parte de ese ‘juego’ y sobre todo, defendiendo posiciones morales –valores, en una palabra– ajenos al albañal de los intereses espurios. Supongo que el rearme moral exigirá bastante tiempo y colosales esfuerzos. Conseguir que en la ética ciudadana no aniden comportamientos como los que subyacen en los escándalos de los casos Gürtel, ERE, ‘tarjetas opacas’ de Caja Madrid, Bárcenas, Pujol, Noós, Malaya, Fabra… no se logrará de la noche a la mañana.
Requerirá el convencimiento general de que «no todo vale», y de que la picaresca está bien para la historia de la literatura pero no como filosofía de vida española. Exigirá desechar la tolerancia y la aceptación de ese lema tan asumido por algunos de nuestros próceres: «Lo primero, la familia» y «Por la familia, cualquier cosa». Esos lemas que probablemente alimentaron casos como el de Baltar, Fabra, Pujol, Malaya…
Contra la corrupción no valen las medias tintas. Por otra parte, no creo que la ciudadanía soporte una deriva que incremente de manera progresiva la situación actual. La cuerda está a punto de romperse. No puede estirarse mucho más. Quienes no quieran darse cuenta de la situación es que están ciegos o no viven en este mundo. Tiene que llover a cántaros y hay riesgo –grave– de inundaciones y temporales.