Al poder no le gusta el humor. Ni andarse con risas. Lo sabían bien los bufones, maestros en el arte de la dosificación y de la supervivencia… Desde los clásicos grecolatinos hasta Boadella. La risa siempre fue más corrosiva que la herrumbre. «El fanatismo y el humor se llevan muy mal porque el primero esconde las contradicciones mientras el segundo las busca», señala un aforismo de Jorge Wagensberg publicado esta misma semana en ‘El País’.
Supongo que por esa razón hasta en las épocas más oscuras y en las circunstancias más adversas el hombre de la calle se las ingenia para que la risa y el descreimiento se transformen en antídotos contra las supercherías –siempre interesadas– del poder. Y que por idéntica razón a los dueños de la risa y del talento no les gusta hipotecar su libertad prestando el ingenio al servicio de quien les paga. Si no les queda otro remedio supongo que lo harán tapándose la nariz y levantando el distanciamiento sanitario de la ironía, igual que aquel cínico autor obligado a ‘sobrevivir’ entre las veleidades del poderoso de turno: «Yo no vendo mi pluma, solo la alquilo».
Así se comprende que el libro ‘El tesorero’, de Ibáñez, un cómic de la serie Mortadelo y Filemón se haya convertido en un verdadero éxito con 10.000 ejemplares vendidos durante la primera jornada. Noticia doble o triplemente alegre.
Ocurre que mientras la turbia realidad política catapulta a la más acendrada fraseología española expresiones del tipo: «Luis, sé fuerte» o «Hacemos lo que podemos» sin que transcurridos los años y los asombros se resienta ninguna estructura y nadie se rasgue las vestiduras, consuela pensar que al menos ese turbio panorama le sirve como decorado de fondo al genio de Francisco Ibáñez para que Mortadelo y Filemón nos vacunen con su humor contra la pesadumbre de la corrupción y de la inmoralidad.
Pero ocurre también que te desaparece la sonrisa cuando acudes a un buscador de internet y compruebas que esas frases: «Luis, sé fuerte» o «Hacemos lo que podemos» superan los 42 millones de referencias mientras que expresiones tan raciales y a la vez tan españolas como «Más vale honra sin barcos, que barcos sin honra» apenas alcanzan los doscientos mil resultados. Oh, paradoja.
Sé que soy poco original acordándome de Valle Inclán, pero qué episodios hubiera escrito en ‘El ruedo ibérico’ de haber sobrevivido a nuestros días. Por otra parte, yo creo que además del humor, que es el remedio más higiénico para no dejarnos contaminar por los disparates o iniquidades del poder, también hay que aspirar a cierto ‘descreimiento’; es decir, no zamparse sin rechistar las ruedas de molino que algunos espabilados nos quieren hacer tragar, entre otras cosas porque no son nada recomendables para la salud e impiden que nos riamos a pierna suelta. Supongo que al final lo más aprovechable de esta etapa esperpéntica, casposa y disparatada serán, como siempre, las obras de los creadores valientes y con talento que resisten las presiones del poder y no renuncian a hacernos reír.