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Nostalgias

Los sentidos son las vías de conexión con la memoria. A través de ellos nuestro cerebro almacena recuerdos de música, sabores, imágenes, sensaciones y olores que perfilan nuestra cartografía emocional. A Marcel Proust, el sabor y el aroma de la famosa magdalena no solo le devolvieron el recuerdo de los viajes durante su infancia a casa de la tía Leoncia, sino que le abrieron de par en par las puertas a la avalancha evocadora de ‘En busca del tiempo perdido’. ¿Quién no ha vivido ese instante maravilloso en que al escuchar una determinada melodía o paladear un sabor ha tenido que contener las lágrimas por la emoción? Y quien dice un sabor o un olor puede decir las sensaciones de unas viejas imágenes o el tacto inconfundible de un abrazo o de unas manos acariciadas.
Somos memoria porque los sentidos nos regalan recuerdos. Ocurre en lo personal y en lo colectivo. A veces el ritmo de la vida nos empuja a vivir el presente con una intensidad digamos que frenética, como si no hubiera mañana ni pasado. Supongo que los sociólogos conocerán bien el fenómeno y habrá estudios que lo analicen de forma sistemática. Yo identifico esas etapas con una especie de ‘adolescencia’ social donde importa más el vértigo de la prisa, el mero crecimiento, el ensimismamiento, que la mirada sosegada y nostálgica. Viví esa sensación, por ejemplo, durante los primeros años de nuestra Transición política, cuando películas como ‘Canciones para después de una guerra’ de Basilio Martín Patino o libros como ‘Crónica sentimental de España’, de Manuel Vázquez Montalbán, hacían que se esfumara el espejismo del presente para que nos atropellara la avalancha de la nostalgia. Del anteayer y del ayer mismo.
Imagino que debe de ser la misma nostalgia evocadora que hizo triunfar después las series televisivas ‘Crónicas de un pueblo’, ‘Verano azul’ o más recientemente ‘Cuéntame’. De la adolescencia a la madurez. Cada generación al llegar a cierta edad se recrea en una mirada al pasado, y a ser posible en una mirada sin ira.
En las redes sociales es un fenómeno con miles de seguidores. Miles de usuarios de facebook o twitter que disfrutan con las canciones antiguas subidas a internet por los coleccionistas de vinilos, o miles de ciudadanos de cualquier provincia que disfrutan con las imágenes de rincones y edificios a los que la piqueta del desarrollismo condenó a una muerte conmutada ahora por el viejo álbum de fotos… La industria de la nostalgia. Muchos de esos blogs o sitios web especializados se están convirtiendo en ágiles naves para viajar por el túnel del tiempo y recrearnos, ¡ay!, en el ayer. ¿Puro costumbrismo? Quizás algo más. En España se puede pasar ahora sin solución de continuidad de los versos de Rodrigo Caro: «Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora / campos de soledad, mustio collado, / fueron un tiempo Itálica famosa» a los episodios más contemporáneos de ‘El ministerio del tiempo’.
Un viaje personal y colectivo. Sí. Como el de esos jóvenes –miles de ellos en el extranjero– nostálgicos de un país con horizontes más esperanzadores y atmósfera de hogar.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


mayo 2015
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