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El amigo invisible

En tiempo de encuestas y sondeos como los actuales a mí me gustaría saber si es cierto que la Navidad tiene tantos partidarios como detractores. Y no me refiero a esa polémica entre quienes se niegan a hablar de Navidad y lo hacen del solsticio de invierno. No, a mí lo que me gustaría saber es si crece el número de personas a las que la Navidad le resulta empalagosa, consumista y hasta ficticia… Yo creo que la Navidad es una fiesta para los niños, pero a medida que crecemos y aumentan inexorablemente las ausencias de los seres queridos, el pulso contra el tintineo de las luces y de los villancicos lo acaba ganando la melancolía y la nostalgia de un tiempo que nunca ha de volver.
Como corresponde a una sociedad de libre mercado donde la ley más sagrada es la ley de la oferta y la demanda, los primeros que ofrecieron un remedio a esa atmósfera de melancolía y descreimiento fueron las agencias de viaje con paquetes especiales para pasar esos días vacacionales disfrutando de la playa, de rutas por el extranjero o en un crucero exótico.
Tengo algún conocido a quien la avalancha de arbolitos, bolas, lucecitas, felicitaciones por wasap y otras muestras azucaradas de amor y bendiciones al son de ‘Jingel bells’ le producen urticaria y le empujan de forma irrefrenable a quitarse del medio durante estas fechas. Se pierde por ahí y desconecta hasta el móvil.
Yo creo que desde que la Navidad se ha ido mercantilizando ha evolucionado hacia una celebración consumista en la que el espíritu religioso inicial ha devenido en simple excusa, en un motivo oportuno sobre el que edificar, año tras año, la celebración.
En este caso me parece que se ha cumplido, paradójicamente, aquella humorada que se atribuye a Cela: «Media España cree en Dios y la otra media en la lotería». Pero mientras el espíritu navideño y la vivencia religiosa pasa muchas veces a segundo plano ante el predominio del aspecto comercial, en el caso de la lotería de Navidad se ha convertido en una verdadera ‘religión’, a lo que han contribuido sin duda las emotivas campañas publicitarias en las que se presenta el sorteo no tanto como un mero ejercicio de consumo sino como una invitación a probar que nos anima el deseo de compartir incluso los sueños de la riqueza. El premio gordo.
Supongo que al mismo ecosistema sentimental pertenece otra de las nuevas supersticiones de la sociedad consumista: la del ‘amigo invisible’, tan de actualidad estos días de comidas y cenas de empresa. Confieso que sobrellevo los ceremoniales del amigo invisible con entusiasta resignación. Porque sé que ayuda a socializarnos y nos permite echar unas risas. Lo que peor llevo, sin embargo, no son los aciertos o las decepciones en los regalos –que de todo hay– sino el empalago de esas frases que he visto (por suerte nunca en mi caso) junto al detalle elegido. Busquen en Google y me comprenderán.
¡Ah!, se me olvidaba, este diciembre además de Navidad, lotería y amigo invisible tenemos elecciones generales. Daría para hablar asimismo de supersticiones, de creencias y de fortuna, pero ya ven que he consumido el espacio. El domingo me limitaré a votar. Será mi premio.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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