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Palabras, negociación y respeto

«Hablar, tienen que hablar». Ese es, resumido, el argumento central de la política española desde hace más de un mes. El mantra del universo opinante. Que hablen los de derechas y los de izquierdas, los de centro y los nacionalistas. Los que defienden la unidad de España y los que están decididos a desunirla mediante procesos de ‘desconexión’. Que hablen los que no están dispuestos a que todo siga igual y los que están dispuestos a que todo cambie. Que hablen quienes van a poner coto de una vez a la corrupción y los que además de poner coto van a exigir que se devuelva lo robado. Que hablen los que han visto cómo sus hijos se han tenido que ir ya al extranjero para buscarse la vida y los que confían en que sus hijos no tendrán que hacerlo. Que hablen quienes creen en Merkel, en la troika y en la UE actual y quienes creen que hay modelos más aconsejables en países con regímenes personalistas que encima son grandes productores de petróleo. Que hablen quienes saben cómo puede instaurarse la sanidad universal y la educación gratuita sin necesidad de instaurar una dictadura y los que aspiran realmente a una sociedad más igualitaria y más justa. Que hablen los que confían en un Estado moderno que garantice la justicia distributiva y los que sueñan con mantener derechos que solo se justifican en una ‘casa común’, es decir, en un país solidario y una Europa comprometida con los derechos humanos.
Que los diputados/as hablen ahora y traten de conciliar el resultado de las urnas con sentido de la responsabilidad y a ser posible sin demasiadas sobreactuaciones, tan dañinas en la percepción del hombre de la calle a la hora de determinar lo que debe considerarse relevante en política y lo que es mera puesta en escena, pura filfa y postureo.
Es necesario hablar. Con buenas palabras se puede negociar, pero para alcanzar resultados hace falta además de palabras, buenas obras. La pedagogía del ejemplo. Con buenas palabras se puede negociar, pero para engrandecerse se requieren buenas obras. Decía Albertine Necker de Saussure que «las palabras ofenden más que las acciones, el tono más que las palabras y el aire más que el tono».
Basta con rememorar algunos episodios vividos estos días en el Congreso de los Diputados, como la escacharrante presentación de ministros ‘avant la lettre’ –más propia de una comedia de enredos que de una iniciativa política responsable–, para comprender lo significativo que son aparte de las palabras, el tono y el aire con que se dicen. No caben más desencuentros. Aquí no puede aplicarse la estrategia de aquel cura del chiste que en su controversia con un fiel discrepante le abrumó desde el púlpito con exabruptos tan abultados que requirieron la intervención del obispo para pacificarlos. El cura justificaba su actitud como lo más natural: «Él me insulta, yo me cago en sus muertos y ya está el lío armado, señor obispo».

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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