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Borges y los maestros invisibles

Cuenta el escritor Alberto Manguel en una entrevista reciente que cuando acudía a casa de Borges entonces ya ciego para leerle cuentos de autores como Kipling, Henry James o Stevenson, el autor de ‘El Aleph’ los analizaba «y era como escuchar a un mecánico que desarmaba un motor y explicaba que tal tubo va en tal lugar, que tal tornillo va con ese tornillo. Para mí, como adolescente fue una lección de lectura, de literatura, de escritura, que en ese momento no supe apreciar, porque los adolescentes somos arrogantes y yo pensé que estaba ayudando a un pobre viejito ciego».
En ocasiones, las más provechosas enseñanzas que nos regala la vida las recibimos como un don del que desconocemos su procedencia y ante todo su valor. Es preciso aprender a conocer la vida y a uno mismo para reparar en la trascendencia de algunas lecciones. Por eso hay magisterios ‘invisibles’ a pesar de su relevancia, pues al igual que la luz necesita la sombra para ‘concretarse’, ciertos aprendizajes son imposibles de alcanzar en soledad, por ciencia infusa, es decir, sin la fuente nutricia de un magisterio. Alberto Manguel, a quien el azar y una de esas simetrías de la historia han convertido también en director de la Biblioteca Nacional de Argentina –cargo que ocupó su admirado Borges– previene en la entrevista que le hicieron Carlos E. Cue y Mar Centenera sobre la fuerza de atracción de su literatura: «Yo recomiendo a los escritores jóvenes no leer a Borges antes de escribir porque es tan contagioso el tono, el estilo, que inevitablemente la escritura será una suerte de parodia de Borges».
Yo creo que las enseñanzas proceden de los maestros mientras que los escarmientos proceden de la política. Para ser sinceros, la frase anterior no es en puridad una idea mía, es la conclusión que me sugiere la entrevista en HOY de Elena Sierra a Virgilio Ortega, que fue director editorial de Salvat, Plaza & Janés y Planeta DeAgostini. Apasionado por las etimologías y las interrelaciones de los campos semánticos, con motivo de su último libro ‘Palabradicción’, publicado por Crítica, Virgilio Ortega recuerda su vocación de maestro, una palabra que viene «de magister, el que más sabe», opuesto a «ministro, de minister, el que menos sabe. ¿A ti –le pregunta a la periodista– algún ministro te ha dejado huella? A mí ninguno, pero maestros, tres o cuatro…».
Las huellas de los maestros de la literatura equivalen probablemente a las enseñanzas perdurables en el alma que van forjando nuestra personalidad y nuestro carácter. De los políticos (aceptemos aquí ‘ministro’ como sinónimo o generalización) hay que reconocer que el panorama es poco ilusionante… De todos modos, que conste que no deseo ahondar en la desazón que azuzan las diatribas entre los partidos políticos (viejos y nuevos), entre otras cosas porque no podemos permitirnos el lujo de la desesperanza. En fin, mi buen Yorick, mejor seguir leyendo a Borges y a Virgilio Ortega, que también es un maestro.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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