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El bieldo y las bellas palabras del español

Hay palabras por las que sentimos cariño especial o predilección. Cuando en las redes sociales se elaboran listas de palabras bellas en español suelen ocupar los primeros puestos vocablos como: libélula, azahar, amor, lapislázuli, madre, candil, zaguán, libertad… En la relación de mis preferidas figuran otras muchas vinculadas a emociones o vivencias de difícil clasificación: ámbito, claridad, resonancia, serendipia… Sin embargo, hay una palabra que acude rauda a mi memoria porque me traslada a un momento y a un lugar concretos: una clase de Historia en la antigua Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres con el profesor Ángel Rodríguez Sánchez, ilustre catedrático que nos había dado a comentar un texto anónimo del periodo feudal en el que aparecía, precisamente, esa palabra. «¿Quién sabe lo que significa ‘bieldo’?». Levanté tímidamente la mano y contesté. Sí, ‘bieldo’ es, como señala el diccionario Clave: un instrumento de labranza que se usa para separar la paja del grano y que está formado por un palo largo y un travesaño con cuatro dientes sujeto a uno de sus extremos.
A mí aquella palabra me resultaba de sobra conocida no solo porque había visto muchos bieldos durante los veranos en las eras donde se trillaba el trigo, sino porque mi madre citaba un refrán que ella dice que le oyó muchas veces a mi abuelo Juan Domingo como enseñanza de sabiduría popular: «Dios te dé un yerno que haga los bieldos en el invierno». Es decir, alguien previsor, que trabaje con anticipación y no lo deje todo para el último momento o cuando ya no haya ocasión…
En España, un país donde se creó nada menos que un organismo denominado Instituto Nacional de Previsión parece superfluo defender el concepto de previsión como un valor clave para la estabilidad social. Se da por descontado. Si el tambaleante estado del bienestar se apoya sobre algún pilar es precisamente sobre el de la previsión. «Hombre previsor, vale por dos». «Más vale prevenir que curar». Y hasta los niños aprenden desde parvulitos que en la fábula de la hormiga trabajadora y la cigarra holgazana el ejemplo a seguir es el de la laboriosa hormiga, no el de la cantarina cigarra.
En política también hay que ser previsores. Los responsables y quienes nos encargamos de elegir a los responsables. Es nuestra tarea. Desconfío de los que venden duros a cuatro pesetas tanto como de quienes se zampan lo que hay en la despensa sin pensar en mañana. Desconfío del político que permite que se tambalee el estado del bienestar con tal de seguir manejando el cotarro. Lo que está en juego, –como siempre– es la economía. Y los que mejor lo saben son quienes la manejan y controlan: los mercados y el poder financiero global. Ni usted, ni yo. Tampoco los poderes delegados: los respectivos gobiernos o mandos interpuestos a los que únicamente cabe trasladarles la recomendación de Ibsen: «No apagues la antorcha que humea si no tienes otros fuegos que alumbren mejor». Y ten a mano el bieldo.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


mayo 2016
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