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Las promesas y cómo caza la perrina

Las promesas suele olvidarlas quien las hace, no quien las recibe. De ahí la famosa dedicatoria de Miguel Hernández en ‘El rayo que no cesa’: «A ti sola, en cumplimiento de una promesa que habrás olvidado como si fuera tuya». Doble declaración de amor y de reproche. Hay que ser un poeta para reunir con agudeza y sensibilidad las contradicciones del amor y del deseo; el doble sentimiento de la pasión y de la queja.
Por desgracia, ese tipo de hallazgos suele estar reservado al ámbito de la literatura y creo que difícilmente lo encontramos por ejemplo en las promesas de la vida pública. Quiero decir que el desconsuelo por las promesas incumplidas de los políticos nunca es objeto de deleite ni trae la indemnización de la belleza literaria. Suenan en prosa, sin poesía y sin anestesia.
Las promesas incumplidas que me desazonan no son únicamente las del partido que ahora está en el gobierno y que conocemos de sobra: subida de impuestos (incluido el IVA cultural) copago, amnistía fiscal, reforma laboral, rescate a los bancos…, sino las promesas de un futuro a corto o medio plazo que han hipotecado para varias generaciones de españoles a los que no les queda otro destino que emigrar al extranjero y prepararse para afrontar una existencia marcada por una deuda billonaria y terriblemente monstruosa.
Un país que favorece y promueve la concentración de la riqueza hasta extremos insensatos, promoviendo un desequilibrio social inestable y de riesgo. Un país donde parece justificada cualquier estrategia ‘electoral’ si se le supone rentabilidad en las urnas. Me duele no tanto que incumplan promesas de asuntos económicos muy concretos, sino que ensombrezcan la esperanza, que es casi lo único que nos queda; me desazona que nos roben el futuro. Y el de nuestros hijos.
Me duele la deriva de quienes llevan años incumpliendo y las perspectivas de quienes en pocos meses ya han dado muestras de una ‘inmoralidad’ populista, cuajada de contradicciones, que no reconoce más dios que el de la megalomanía y el tactismo propio de trepadores, ágrafos o con estudios…
Así que no temo únicamente las promesas incumplidas de quienes ante la corrupción más apestosa miran al cielo y se ponen a silbar, sino las promesas que presiento traicionadas con «carácter retroactivo» desde el mismo instante en que los que aspiran a tocar poder se desplieguen por las moquetas y asalten el cielo de los sillones.
Mejor hechos que promesas. Y mejor aun promesas que puedan cumplirse, que no añadan frustración al malestar general. Basta de Job y ‘minijob’. De igual modo que nos expresamos con el lenguaje oral, escrito y el lenguaje no verbal, las campañas electorales sirven para conocer promesas y programas, pero también para descubrir lo que popularmente se resume con la frase: «me gusta (o no me gusta) cómo caza la perrina». Ustedes me entienden.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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