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Cifuentes, las cremas y los daños colaterales

EL azar de las efemérides ha querido que coincidiera en 25 de abril, (‘Grândola, vila morena’…) el anuncio de la dimisión más agónica y mediática que se recuerda en España tras la de Francisco Camps, presidente de la Generalitat valenciana, en julio de 2011. Habrá quienes piensen que la culpa entonces fue de unos trajes y que ahora la culpa es de unas cremas de belleza. Pero es obvio que no es así. Los trajes y las cremas son el envoltorio de algo mucho peor en un responsable público: comportamientos poco ejemplares y mentiras. ¿Hace falta recordar que la dimisión del presidente Nixon no se debió al hecho de que unos ‘fontaneros’ de su partido entraran en la sede del partido rival, sino al hecho de haber mentido descaradamente?
Va a resultar que España, de verdad, es diferente. Durante más de un mes Cristina Cifuentes se ha mantenido en la cuerda floja y al frente de la Comunidad Autónoma de Madrid a pesar de un escándalo de proporciones cinematográficas y el ‘regalo’ de un máster universitario que ha ocasionado graves daños colaterales precisamente a la Universidad que se lo concedió. Por si el episodio no resultaba todo lo incendiario e intolerable preciso para que la presidenta de la Comunidad hubiera puesto de inmediato su cargo a disposición de su partido, ha tenido que hacerse público un incidente como el de las cremas sustraídas de un supermercado en 2011 para que el vaso rebose y Cifuentes decida al fin dimitir.
No voy a entrar ahora en quién está detrás y cuáles son los motivos de esa filtración a la prensa. Ese es tema para otra reflexión.
Lo cierto es que pocos minutos después de conocerse el episodio de las cremas en las redes sociales pululaban ‘memes’ y chistes cuajados de ingenio y sarcasmo: como ese que reproduce un cartel con seis retratos de Cifuentes en diversas épocas y este encabezamiento: «Por lo menos queda claro que las cremas *** van de puta madre».
Sin embargo, más allá del humor –esa válvula de escape contra el malestar social– creo que la sensación generalizada tras conocerse el asunto de las cremas fue la incredulidad. «¿Que la pillaron robando cremas? ¿Es una broma», se preguntaba la gente al difundirse la noticia. Nada de bromas.
A partir de ahí caben dos posiciones. La primera, atribuir directamente a la ‘moralidad relajada’ estos comportamientos inadmisibles en cualquier cargo público, y la segunda, preguntarse qué necesidad tenía esta señora, con su posición y sus ingresos económicos, de ‘aceptar’ un máster universitario en esas condiciones o de llevarse (según ella «por error» y de «manera involuntaria») unas cremas que apenas valen 40 euros.
Puestos en el caso, habrá quienes le reprochen también no solo la inmoralidad del ‘descuido’ y las mentiras sobre el máster, sino lo cutre de ambos procederes, frente a las golferías de altura y el desparpajo de otros conmilitones que les proporcionó al menos millones de euros aunque les obligara a destrozar discos duros y llevarse la pasta a paraísos fiscales. Qué nivel.

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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