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Cuerda y el canon

Quizás no esté todo perdido en España si la muerte de un director de cine y un escritor como José Luis Cuerda acaba convirtiéndose ‘en tendencia’ de Twitter, ese óscar fugaz de la modernidad digital. Creo que entre las pruebas más irrefutables del éxito de una película está la cantidad de frases y de escenas que los espectadores evocan, e incluso memorizan, generación tras generación. Frases de películas de cualquier género. Por ejemplo, desde: «¡a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!», (‘Lo que el viento se llevó’); «Siempre nos quedará París», (‘Casablanca’); «la parte contratante de la primera parte será considerada…», (‘Una noche en la ópera’), hasta el «me llamo Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del norte, general de las legiones Félix…», de ‘Gladiator’. Seguro que cada lector podría elaborar, con otros títulos, su particular selección. A mí me parece extraordinario, sin embargo, que miles de espectadores sean capaces de recordar, partidos de risa, innumerables episodios de ‘Amanece que no es poco’, esa película a la que debe sucederle igual que, según los argentinos, le ocurre al ídolo del tango: «Cada año que pasa, Gardel canta mejor».

Con motivo de la muerte de Cuerda, los periódicos y las redes sociales rescatan una exuberante cosecha de frases ingeniosas, enraizadas ya en la memoria colectiva: «¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!»; «Yo es que he pensado que a mí también me gustaría ser intelectual, como no tengo nada que perder»; «¿No podía usted haber plagiado a otro? ¿Es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Faulkner?»; «Queremos que la muchacha sea comunal». -«¡Y turgente!», exclamaba un vecino -«¡Que turgente ya es!», le apostillaba otro.

Yo creo que ‘Amanece que no es poco’ es una película que fue creciendo hasta convertirse en legendaria, como esas obras que –tal vez sin conocer el propio autor las razones últimas– enlazan con la sensibilidad característica de su época. Con esa capacidad de transmitir y ‘conectar’, con ese paso adelante intuitivo que mostraron en su día las piezas teatrales de Jardiel Poncela o ‘La venganza de Don Mendo’, de Muñoz Seca. Esa fuerza conmovedora que recorre la poesía popular de Gabriel y Galán o la de Miguel Hernández. Y el humor de Gila y el cine de Berlanga, pongamos por caso. La historia de la cultura está repleta de ejemplos.

Por eso considero también muy acertadas las palabras de Christopher Domínguez Michael en la revista ‘Letras Libres’ al recordar que George Steiner (fallecido el pasado lunes) nunca propuso un canon literario, al contrario que Harold Bloom, su discípulo y rival, «pues éste, decía, lo llevaba en el alma cada lector». Ocurre que no han sido los críticos, ni los estudiosos, ni los profesores quienes han convertido a ‘Amanece que no es poco’ en referencia ‘canónica’, en obra clásica. Fueron los miles de espectadores que perciben en esa película el valor de la comedia inteligente, su ternura, la ironía, el surrealismo, el humor absurdo y transgresor, lo irreverente, lo fantasioso, lo atrevido… El material con el que trabaja un espíritu inquieto, comprometido con su tiempo.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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