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Selfies y estadísticas

Para justificar el descreimiento en relación a las estadísticas, nada mejor que el caso de esas dos personas de las cuales una se come dos pollos y la otra ninguno. La estadística señalará que tocan a un pollo por cabeza. Hay muchas otras sentencias famosas en la materia. Desde aquella tan citada –y tan polémica– de Borges: «La democracia es el abuso de la estadística» hasta la de Churchill: «Solo me fío de las estadísticas que he manipulado», pasando por la de David Loyd George, siempre de actualidad: «No se pueden alimentar hambrientos con estadísticas». Y donde pone hambrientos escriba parados o damnificados por la crisis económica.
Aunque no lo parezca yo no quiero hablar hoy de estadísticas, sino de selfies o autofotos o autorretratos, que es como se puede llamar en español al fenómeno social que consiste en fotografiarse a sí mismo generalmente con un teléfono o una webcam para subir después la imagen a Internet o a las redes sociales.
Ahora hablamos de selfies pero la costumbre de dejar constancia de nuestro paso por un lugar, sobre todo si es famoso, se remonta a la noche de los tiempos. ¿Qué otra cosa son las pinturas rupestres? Los historiadores hablan incluso de pintadas en muros de la antigua Roma miles de años antes de que el turista grabara sobre el yeso y las ruinas «Fulanito de tal estuvo aquí». La tecnología lo que hace es facilitarnos la tarea. Aún recuerdo la impresión que me produjo contemplar por primera vez el cuadro de la Gioconda en el Louvre. Tuve que abrirme camino braceando entre una nube de orientales arremolinados en torno a la famosa obra de Leonardo. En la actualidad ocurre lo mismo, solo que en vez de mirar al cuadro, el rebaño se pone de espaldas a la obra para extender el brazo y poder hacerse la autofoto con la vitrina al fondo desde la que sonríe a la eternidad la enigmática Mona Lisa.
Resulta que el 59 por ciento de los españoles se declara adicto a los selfies, según una encuesta del servicio de mensajería instantánea Line en la que participaron 27.000 personas de todas las edades, aunque es práctica preferida de forma mayoritaria por los jóvenes. Así que considero natural que el fenómeno sea cuantificado por las estadísticas. Y también me parece lógico que en una época de pensamiento débil, de apoteosis tuitera; en un tiempo marcado por lo breve y lo fragmentario, la devoción se consagre a los instantes. El clic del selfie. Justo el momento en que decidimos ‘comunicar’ al mundo que estamos en tal sitio o con tal gente. Si viviera Marshall McLuhan se habría dado el gustazo de comprobar que en el selfie se cumple al milímetro su tesis. Ahí sí que el medio es el mensaje. Un medio que es un fin en sí mismo. Yo creo que los selfies constituyen la metáfora perfecta del hombre a quien le basta con leer la solapa del libro, no el libro entero; la metáfora del turista que únicamente necesita subir a las redes sociales el ‘lugar’ donde se encuentra; la metáfora de quien quizás espera resumir la filosofía de toda una vida en un tuit. Lo que me extraña es que solo el 59% de españoles sean adictos. Yo creo que somos muchos más.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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