Antonio Pigafetta ocupa un puesto de relieve en el santoral laico de los periodistas. Fue, ‘avant la lettre’, el primer ‘enviado especial’ en la historia del periodismo planetario: se embarcó en 1519 con Fernando de Magallanes en la expedición que dio la primera vuelta al mundo y escribió ‘Primer viaje alrededor del Globo’, una obrita de apenas 150 páginas en la que describe, con la pasión del cronista y el rigor del reportero, lo que vieron sus ojos asombrados por la riqueza de la Tierra en aquella travesía de hombres transidos por el afán de los descubrimientos. Pigafetta cuenta que, después de dejar las costas de lo que hoy es Río de Janeiro rumbo al sur, arribaron a lo que con el tiempo han llegado a ser las de la Patagonia y allí encontraron en una playa a un hombre de descomunal estatura. Era tan pacífico que se dejó conducir hasta una isla en la que estaban fondeados los españoles. Fue llevado a presencia del comandante en jefe, quien, dice el cronista, “mandó darle de comer y de beber y, entre otras chucherías, le hizo traer un gran espejo de acero. El gigante, que no tenía la menor idea de este mueble y que sin duda por vez primera veía su figura, retrocedió tan espantado que echó por tierra a cuatro de los nuestros”. Muchos años después, frente a los miembros de la Academia sueca, Gabriel García Márquez citó este suceso en el discurso de aceptación del premio Nobel y describió la reacción del hombre con una frase inolvidable: “Aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón ante el pavor de su propia imagen”.
He recordado al hombre que huía de los espejos después de que el Partido Popular haya hecho precisamente de los espejos los depositarios de lo ocurrido en las elecciones; de que el presidente del PP de Castilla-León, Juan Vicente Herrera, haya aconsejado a Rajoy que analice con detenimiento la imagen que le devuelve el espejo; y que aquí el secretario regional Fernando Manzano rechace hacer lo mismo y culpe de todos los males sucedidos el 24 de mayo al pobre presidente del Gobierno, como si hubiese sido él el del hip-hop, el de Canarias o el campeón del déficit que convirtió su gobierno en los últimos meses en una piñata, de la que caían regalos como en un cumpleaños infantil. (Por cierto, el PP debería preguntarse cuántas mujeres de los 300 euros habrán votado a otro partido solo para que, ante el espejo, puedan decirse que no han vendido su voto).
Temo que ni Manzano ni Monago acaben arrimándose a un espejo porque saben que ahora les aguarda en él no la imagen del más guapo de Extremadura sino la amarga verdad de su derrota. Y, sin embargo, los extremeños necesitamos a un PP fuerte que haga una oposición rigurosa y exigente, para lo cual deberían encararse al espejo y responsablemente y con coraje sobreponerse al pavor que les dé su propia imagen. Porque ya se sabe que quienes no se enfrentan a su historia corren el riesgo de repetirla, y si el PP va a hacer oposición con las mismas maneras que gobernó podría querer convertir la Asamblea en un gimnasio.
Y sería pavoroso.