El pasado jueves, junto al magnífico artículo de Juan Domingo Fernández en el que recordaba lo madrastra que ha sido España para con Cervantes, había una carta al director enviada desde Trujillo por el lector José Antonio Barquilla Mateos, en la que, manejando también con notable cuidado el castellano, levantaba el acta de defunción de las navidades y el fin de la venda que esas fechas nos ponen para evitar mirar de frente a la realidad.
Juan Domingo Fernández recordaba en su artículo el trazo que de Cervantes hizo Josep Pla, de quien dijo que era “un hombre muerto de hambre, de asco y de tristeza”, para poner de manifiesto el maltrato que le dio su patria a quien además de exponer su vida por defenderla construyó con su obra lo que constituye sin duda la mayor cumbre del idioma. Coronaba Juan Domingo el propósito de su artículo mencionando la contestación que le dio el presidente del Consejo de Indias al escritor cuando le pidió su traslado a América, harto de no encontrar aquí el mínimo reconocimiento que alentara algo de vida a su ánimo marchito: “Busque por acá en que se le haga merced”, le contestó el presidente. Nueve palabras que también, por su concisión, pueden constituir una cumbre, pero esta vez del áspero desapego con que España se comportó con Cervantes.
Al lado de ese texto, el del lector Barquilla Mateos hablaba del fin de las navidades y de cómo se veía la vuelta a la normalidad desde una ciudad provinciana como Trujillo: “Los coches empiezan a rodar al otro lado del barrio, más allá de los gallos triunfadores, de los perros asustados, de la última oscuridad de la noche agarrada a las copas de los árboles de las afueras. La Navidad ha pasado y quedan en las calles, como peleles, los últimos colgajos, un zapato viejo que un Mago dejó caer en un charco”, decía la carta, que terminaba así: “Queda la niebla, que va cubriendo piadosamente las almas tristísimas de los treinta y cuatro refugiados que el mar Egeo escupió en la arena”.
Sin saber por qué sentí que un texto y otro, el artículo y la carta, se dirigían a mí para hablarme de lo mismo: que el Cervantes muerto de hambre, de asco y de tristeza, y los treinta y cuatro refugiados que el Egeo escupió en las últimas navidades son dos de las infinitas caras de la misma derrota, que queda prendida en el tiempo como la niebla rebelde de la que habla el lector trujillano.
Estoy cada vez más persuadido de que el hecho de leer sucesivamente los dos textos y poder así conectar el genio desdichado del autor del Quijote con los desdichados contemporáneos que huyen de su propia patria, comportada también como madrastra, no es el resultado del azar, sino el fruto de la sabiduría oculta con que los periódicos proceden a diario juntando en la misma página –en esta ocasión la número 20 del ejemplar de HOY del último jueves— el mismo aliento acompasado, la misma niebla resistente que sólo se disipa en la lectura. No le exija explicación: son hallazgos que el lector encuentra sin buscarlos y que sólo se manifiestan en el periódico de papel.