Hace unos días recibí en el teléfono móvil un ‘whatsapp’ del que desconozco su autor –venía rebotado de otros receptores– que celebraba el cambio de nombre de los centros Aprosuba. Seguramente saben que los centros Aprosuba son las instituciones que durante más de 40 años han venido trabajando por la atención y el desarrollo de personas con discapacidad intelectual en la provincia de Badajoz. El mensaje anunciaba con alborozo que los centros Aprosuba –son alrededor de una quincena y están numerados: Aprosuba 3 en Badajoz, Aprosuba 9 en Villanueva, 14 en Olivenza…– pasaban a llamarse Plena Inclusión Extremadura.
Pero el mensaje no ponía el acento en el cambio de denominación de estos centros, sino en la importancia de que desapareciera el nombre de Aprosuba. “Desde hoy Aprosuba dejará de existir en cualquier lugar de Extremadura… Por fin llegó esta gran noticia!!!”, decía el mensaje. Y continuaba: “Saben por qué? ¿Saben qué significa Aprosuba? ¿Saben que en el fondo estamos ofendiendo a las personas con discapacidad? A: Asociación; PRO: personas; SUB: subnormales; BA: Badajoz. Estas siglas lo que hacen no es sólo ofender, sino desprestigiar e infravalorar las capacidades que poseen las personas con discapacidad”.
No tengo nada que ver con Aprosuba ni nadie de mi entorno tiene relación con esta institución. Sé de ella sólo porque muchas veces cubrí informaciones que le atañían y por lo que leo en el periódico cuando aparece alguna noticia relacionada con ella. Y también creo que, en un asunto como este, en el que la sensibilidad está a flor de piel, la actualización de los nombres puede evitar dolor a muchas familias. Sé, además, que ya ha se ha difundido el nuevo como una renovación positiva e integradora.
Pero no me gustó el tono del mensaje. Precisamente porque no encontré en él ese respeto, cuyo autor tan desabridamente reclama para sí, hacia las personas que hace más de 40 años trabajaron hasta la extenuación para crear una institución que defendiera la inclusión personal, laboral y social de las personas con discapacidad. Que ahora alguien les reclame que en los años 70 no tuvieran la sensibilidad que se les habría de exigir casi medio siglo después y le pusieran a esa institución un nombre que, en aquel entonces, nadie daba por ofensivo es, lo digo con pesar, una ofensa. El mensaje, tal como estaba redactado, me pareció una de esas ocasiones en que alguien coge el rábano por las hojas, además de un ejemplo de los estragos de la corrección política, que se imbuye en el paradigma de lo que debe ser admitido sin la más mínima objeción…, a menos que el objetor quiera colocarse bajo la luz de la sospecha.
También lo colocaba en este caso, porque el mensaje sobre el cambio de nombre de Aprosuba conminaba al receptor a que tomara el camino ‘correcto’ con estas palabras: “Desde hoy queremos y favorecemos la inclusión. ¿Y tú, ayudas o no ayudas a incluir?”. Y acababa con unas palabras que resultaban paradójicas en un mensaje pretendidamente defensor de la diversidad: “Todos somos uno”. Paradójica frase. Y reveladora.