El pasado domingo, el analista Moisés Naím escribía sobre los nuevos populismos en un artículo en ‘El País’ y señalaba que, a tenor de su éxito, cabía concluir que a millones de personas no les importa que les mientan o, al menos, no miden su adhesión a una causa o a un político por la coherencia de sus planteamientos.
Todo ello propicia que triunfe gente como Donald Trump, cuyos seguidores no menguan a pesar de que una de las ideas que con más ahínco defiende para controlar la inmigración es la construcción de un muro de más de 2.000 kilómetros en la frontera con México que –para rematar la locura–, deberá pagar este país. O gente como Nigel Farage, líder del Partido de la Independencia del Reino Unido, que ha tenido que reconocer que mintió cuando, durante la campaña del ‘Brexit’, dijo que ‘la factura’ que ahora paga el Reino Unido a la UE se invertiría en mejorar el sistema sanitario cuando el país estuviera fuera de la Unión.
¿Por qué tienen tan buena acogida los mentirosos y los irresponsables? Según Naím, porque a millones de personas no les importan los hechos.
Sería un error pensar que para observar cómo los hechos se despeñan por la pendiente del desprestigio hay que irse al Reino Unido o a los Estados Unidos, sin reparar en que ese fenómeno también es cotidiano aquí. Observen si no el caso –por hablar del último—del indescriptible Jorge Fernández Díaz, ministro que mangonea el aparato del Estado para que sirva a sus intereses partidistas. Pocas veces hemos asistido los españoles a una malversación de las reglas de la democracia tan a lo vivo nada menos que desde el Ministerio del Interior; y pocas veces también hemos asistido a que el victimario intente pasarse por víctima con tanta desfachatez. Son hechos lo suficientemente rotundos e inadmisibles no solo para poner a Díaz de patitas en la calle, sino para llevarlo ante la Justicia. Ya sabemos que Mariano Rajoy no iba a hacer nada porque no ha sido llamado nuestro presidente en funciones por el camino de atajar la corrupción, ni siquiera la palmaria del ministro que lo mismo condecora a una Virgen que urde operaciones para llevar al trullo a los que no piensan como él, que es la índole genética de las dictaduras.
Cabía la esperanza de que, habiendo una urna, los ciudadanos, ya que no el Gobierno, aprovecharan la oportunidad de demostrar que los hechos importan, y que quien atenta contra la democracia lo paga. Pero no. Ocurrió lo contrario y la candidatura del PP encabezada por Fernández Díaz sacó un diputado más que en diciembre. Fue, además, la única que logró más votos en la circunscripción de Barcelona.
Sería fácil –hay quien lo ha hecho– insultar a los votantes que han engordado la candidatura barcelonesa del PP, pero creo que más necesario para la convivencia es preguntarnos por qué hay cada vez más gente a la que, como dice Naím, no le importa los hechos. Por qué, a sus ojos, está tan desacreditada la realidad. Yo no sé contestar la pregunta, pero intuyo que esa ceguera voluntaria tiene que ver con la velocidad a la que el estado de Derecho va perdiendo pulso camino del desmayo. Lo intuyo porque es lo que hace fuertes a gente como Trump, Farage, Fernández Díaz…