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Antonio Tinoco Ardila

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Se murió Fidel

Se murió Fidel y los periódicos, las radios, las televisiones, la redes sociales se llenaron de frases adversativas: de ‘pero’, de ‘aunque’, de ‘sin embargo’. De gente que reconocía que no había sido un modelo de gobernante democrático, ‘pero’ sí había logrado que Cuba fuera modelo para organismos internacionales como la Unesco por su sistema educativo gratuito desde la etapa pre-escolar a la universitaria; que no había respetado los derechos humanos ‘aunque’ su resistencia al bloqueo de los Estados Unidos pasará a la historia como una epopeya de dignidad; que había encarcelado a los disidentes y muchos de ellos, para evitarlo, viven en el exilio simplemente por opinar distinto, ‘sin embargo’ hizo de Cuba un ejemplo de solidaridad, mandando a cientos de médicos a paliar desastres humanitarios en países pobres.

Se murió Fidel y los periódicos, las radios, las televisiones, las redes sociales se llenaron de justificaciones. De equilibristas en el alambre de la retórica. Como si un sistema educativo universal y gratuito; o un sistema sanitario muy superior al de los países de su entorno; o una resistencia nacional frente al agresor imperialista fuese intercambiable y compensara una dictadura. Como si hubiera que elegir entre una educación para todos y la democracia; entre una sanidad para todos y la democracia; la resistencia contra el bloqueo estadounidense y la democracia. Y como si, de tener que elegir, hubiera que optar por sacrificar la democracia.

Se murió Fidel y mí me ha sorprendido la cantidad de gente dispuesta a hacer juegos de manos con la mente para no tener que caer en la cuenta de que ese Fidel aureolado y tenido por uno de los mayores políticos del siglo XX es el mismo Fidel que ha gobernado casi 60 años con mano de hierro. Y lo ha hecho de tal modo que más de un cuarto de sus compatriotas –tres millones de personas– haya preferido irse de Cuba –decenas de miles de ellos jugándose la vida en una balsa; miles la perdieron en el empeño–, antes que vivir bajo su régimen, por muy universales que fuesen sus sistemas educativo y sanitario.

Se murió Fidel y a mí me ha causado estupor que haya tanta gente entre nosotros dispuesta a dar por bueno para los cubanos lo que no querrían ni en pintura para sí, como si los cubanos merecieran menos o fuera una osadía que aspirasen a los mismos derechos que nosotros. Gente que aspira a que los demás reconozcan en ellos su espíritu democrático e igualitario no muestran la más mínima inclinación a pedirle cuentas a Fidel –y por lo mismo no le otorgan a los cubanos el derecho a exigírselas– sobre por qué no ha permitido la prensa libre, ni los partidos políticos, ni la igualdad de oportunidades de progresar para todos de acuerdo a sus capacidades y no a la intensidad de adhesión a su partido.

Se murió Fidel y a mí me ha alarmado la cantidad de gente que estos días se ha resistido a llamar a las cosas por su nombre: que Castro fue un dictador que sojuzgó a su pueblo. Temo a esa gente porque, llegado el caso, la creo dispuesta a vender barata la libertad, con lo cara que cuesta.

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Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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