Durante los últimos días he sido espectador perplejo de la campaña impulsada por la Red Feminista de Extremadura (RFE), el PSOE de Badajoz y el Círculo Feminismos Podemos Badajoz (pido disculpas si omito alguno) para que los colegios de Aparejadores de Cáceres y de Farmacéuticos de Badajoz impidieran que en sus sedes se celebrara la conferencia titulada ‘Cuando nos prohibieron ser mujeres y os persiguieron por ser hombres’, de la filóloga y militante de Vox Alicia V. Rubio. La campaña, toda vez que la conferencia está organizada por el Aula HOY, exigía también a este periódico que la cancelara e incluso pidiera perdón por programarla. Las razones por las cuales estos colectivos consideran que Rubio no debe hablar en ese foro es por “neomachista y homófoba” y, según el texto de petición de firmas a favor de la prohibición que RFE ha alojado en la plataforma Change.org, también porque defiende que “los hombres por naturaleza deben liderar y las mujeres por su biología están destinadas a cuidar y deben reducir su acción al ámbito doméstico”. Esta posición no significaría sólo expresar una opinión, sino “ser cómplice y promover la violencia” contra las mujeres y contra los homosexuales y transexuales. La campaña ha logrado algún éxito, puesto que el Colegio de Aparejadores de Cáceres declinó acoger la conferencia, que se celebró anoche en un hotel de la ciudad. La prevista esta tarde en Badajoz se mantiene en el Colegio de Farmacéuticos, una decisión que le honra.(*)
Hay muchas cosas dolorosas en esta historia: una es comprobar cómo algunos de nuestros representantes sólo están dispuestos a defender la libertad de expresar ideas mientras coincidan con las suyas. Se delatan como demócratas de conveniencia. Si hoy tenemos que explicar que la democracia consiste en respetar las ideas de los otros y que ese ‘ideas de los otros’ significa precisamente ‘las ideas distintas a las mías’ es que tenemos una concepción sólo oportunista de la libre convivencia. La libertad de expresión en que se ampara Alicia V. Rubio para decir lo que dice es la misma –ni más ni menos valiosa– a la que se acogen sus detractores para sostener lo contrario. Exigir que se le impida hablar anula sus discursos a favor de la tolerancia y alimenta dudas sobre la solidez de sus ideas. La libertad consiste en que cada persona pueda lanzar mensajes que nieguen o critiquen la visión del mundo de los demás. Incluso que sus ideas ofendan, como pueda ser este caso.
Pero también es doloroso constatar cuán corta es la memoria de gente perteneciente a colectivos históricamente perseguidos y qué poco parece que han aprendido del sufrimiento que les causó esa persecución. Estoy pensando en los homosexuales y transexuales, pero también en los socialistas. Observar el empeño que ponen algunos de ellos –o algunos de los que hablan en su nombre– en ordenar el tráfico de ideas y en convertirse en policías del pensamiento es comprobar el entusiasmo con que han adoptado la conducta de quienes hicieron lo posible por silenciarlos. Es la misma que practican ahora con quien no les gusta. Un triste espectáculo.
(*) Reproduzco aquí, como siempre, el artículo que salió el martes en HOY. Eso significa que ‘ayer’ es el lunes pasado y ‘esta tarde’ es la tarde del martes. No incluyo en el artículo nada sobre la concentración que hubo en las puertas del Colegio de Farmacéuticos de personas contrarias a las tesis defendidas por la conferenciante, con la lectura de un manifiesto.