Seguramente recuerden la portada de este periódico del pasado jueves, el día en que iba a viajar a nuestra región el ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, para visitar las obras del AVE. Aparecía en ella la imagen de cuatro ministros de Fomento de los que ha habido entre 2008 y la actualidad. Tres de ellos –Magdalena Álvarez, José Blanco y Ana Pastor–, habían hecho visitas similares a la que iba a hacer ese día el actual ministro del ramo, el cuarto que aparecía fotografiado. A cada uno de los tres primeros le acompañaba bajo su imagen una frase pronunciada con ocasión de esos viajes. Eran frases que hablaban de fechas de apertura de la línea, de prioridades políticas, de intenciones maravillosas que, pasado el tiempo, se demostraron falsas, por lo que el único fin que cabe atribuirles era salir del paso y que su autor volviera a Madrid sin sobresaltos. Bajo la imagen de Íñigo de la Serna había un gran signo de interrogación que significaba tanto una desconfiada expectativa como una advertencia reforzada por el titular “De la Serna, sexta visita de un ministro de Fomento a las obras del AVE regional”. La interrogación parecía decir algo así como: “Señor ministro, a ver qué nos va a decir sobre el tren porque ya han venido cinco antes que usted y no nos creemos nada. Sea, al menos, imaginativo porque aquí ya hemos oído demasiadas buenas palabras que han sido humo”.
El pasado jueves fue una de las contadas ocasiones en que este periódico ha publicado una portada ‘editorializante’, es decir, en que la intención informativa cotidiana de las portadas de HOY decaía ante una explícita toma de partido. Esa novedad dio lugar a numerosos comentarios, de tal manera que la primera página del HOY fue uno de los elementos relevantes que rodearon a la visita del ministro.
Traigo aquí este asunto de la portada del jueves no para hablar de una excepción en la línea informativa de este periódico, porque eso sería una discusión más o menos académica entre periodistas, sino porque las reacciones de sorpresa que suscitó esa portada tienen un significado social: marcan con cierta exactitud el grado de nuestra temperatura rebelde.
Los extremeños no sabemos vestir el traje de la protesta. Aquí establecemos records en número de parados; records en la caída de la población ocupada; contamos empleos y resulta que nos faltan 50.000 para igualar a los que había antes de la crisis; colmamos nuestras aspiraciones laborales con trabajos de temporada; vemos cómo el conjunto de España se va reponiendo de los estragos de la recesión y cómo pasan los años y nosotros cada vez somos más pobres… Todo eso nos pasa y seguimos sin que desde fuera –ni dentro– oigan de nosotros una voz más alta que otra. Reivindicar, exigir, rebelarse no goza de prestigio en esta tierra, y por eso nos llama la atención cuando alguien –pongo por caso este periódico el pasado jueves–, expresa un descontento, por muy generalizado y justificado que esté.
“¡Un hurra por las sociedades mansas!”, deben decir cuando, por casualidad, miren hacia Extremadura desde Madrid (y desde Mérida).