Mucha gente se está haciendo lenguas de que la manifestación del pasado sábado exigiendo un tren digno para Extremadura fue un éxito. Yo creo que lo fue a pesar de que la organización fuera manifiestamente mejorable porque el acto duró demasiado; porque hubo prolongados tiempos muertos entre los intervinientes y las actuaciones; y porque muchos de los congregados en la plaza de España se quedaron sin oír los discursos y la música debido a que los altavoces, sin que se entienda por qué, estaban distribuidos en una parte del recinto, pero no en todo.
La mala organización, sin embargo, no empaña el éxito de la convocatoria, que lo fue por varias razones: en primer lugar porque la asistencia fue notable. Estimo que hubo alrededor de 20.000 personas, a tenor de los datos manejados por la Policía Municipal de Madrid, que contó que habían llegado para la manifestación 301 autobuses (es decir, 20.000 asistentes si llegaron llenos; 16.000 si se ocuparon al 80%); y a tenor también de que las diez mil banderas de plástico que distribuyó la organización se acabaron en la primera media hora, cuando faltaban por llegar miles de personas a la plaza de España.
También fue un éxito porque hubo mucha gente diversa: allí no estaba, como en otras manifestaciones, sólo la Extremadura jornalera, o la ecologista, o sólo la urbana, o la vieja, o la joven, o la del interior o la de la diáspora: allí había extremeños de toda edad, condición y procedencia, lo que significa que el tren –la falta de tren—es una reivindicación de todos.
Sin embargo, la manifestación del sábado no puede medirse únicamente por su éxito puntual porque significa algunas cosas más: la primera de ellas es que permitió que se hiciera visible que los extremeños hemos dejado de dar la imagen del conformismo que históricamente hemos arrastrado, ese sambenito terrible según el cual nos contentamos con la dádiva, o incluso con nada. El sábado fue distinto: “Aquí estamos los extremeños, hemos venido a la capital de España a exigir al Estado nuestros derechos”. Ese fue el mensaje. Y lo expresamos festivamente, como corresponde a gente civilizada y tan cargada de razón que hasta han tenido que dárnosla los principales responsables de Renfe, de Adif y del Ministerio de Fomento.
El sábado pasado se inauguró una etapa que nos obliga a ser conscientes de que desplaza para siempre, de los políticos a los ciudadanos, la responsabilidad de exigir el tren. Desde el sábado ya no será una reivindicación de ninguna institución, por muy legítima y avalada por los votos que esté. Ese día, los extremeños dejamos de delegar en nuestros representantes el tren digno y lo hemos empezado a exigir en primera persona, sin intermediarios. De igual manera, desde el sábado el tren extremeño ha dejado de ser materia de programa electoral porque se ha convertido en exigencia por nuestra mera condición de extremeños.
También desde el sábado ya no hay excusas, ya no hay culpables salvo nosotros, porque el sábado demostramos que sabemos pedir y tenemos fuerza para hacerlo. Y el fracaso, si fracasamos, será enteramente nuestro.