No sé si han leído el reportaje titulado ‘La lista del ‘Hombrecino’ de Almendral’. Lo publicó el pasado sábado este periódico. Si no lo han leído, pueden encontrarlo sin dificultad en la edición digital. Se lo recomiendo vivamente, no se arrepentirán. No sólo porque esté escrito con magnífica sobriedad por la periodista Miriam F. Rúa, aunque ya por eso valdría la pena leerlo; tampoco se lo recomiendo sólo porque cuente la historia de Francisco Rodríguez Gómez, el ‘Hombrecino’, a pesar de que sólo esa historia me vale al menos a mí para que no tenga necesidad de explicar para qué existen los periódicos.
El ‘Hombrecino’, que tenía 17 años cuando estalló la Guerra Civil, era un bracero bajito, un muchacho que trabajaba como un hombre y que tuvo que escapar a la sierra de Monsalud cuando el 19 de agosto de 1936 las tropas franquistas entraron en Almendral. Fue capturado una noche en que bajaba al pueblo por comida y tuvo que elegir entre el paredón o ir al frente a luchar al lado de los que se sublevaron contra la República. Eligió seguir vivo y, además, se impuso la tarea de hacer una lista con los nombres, apellidos y motes de todos los amigos que fueron asesinados durante la contienda en Almendral, un pueblo especialmente castigado por los franquistas, que asesinaron a 250 de los 3.700 vecinos que tenía. Esa lista la llevó el ‘Hombrecino’ durante más de 30 años en el bolsillo del pantalón como un secreto, sin enseñársela a nadie porque en su casa –como en tantas y sobre todo en las de los que la perdieron–, se había impuesto la ley del silencio sobre la guerra. Hasta el día en que su nieta, que había nacido un año antes de que muriera Franco, empezó a hacer preguntas (¡dadme una pregunta y moveré el mundo!) y todo se desbordó: Francisco acabó sacando del bolsillo aquel papel ajado por los años, cuya existencia nadie conocía, y empezó a contar la vida de los que mataron en su pueblo.
Es fácil imaginar que el ‘Hombrecino’ empezó a vivir de nuevo el día en que sacó del bolsillo la lista de sus amigos y –en contra de la opinión de su mujer, que no quería remover la historia–, fue poco a poco y con detalle hablándole de cada uno de ellos a su nieta, Susana Cabañero.
Es Susana la persona por la que sí les recomiendo que lean el reportaje del sábado en HOY. Porque si su abuelo tenía la memoria quieta en el bolsillo del pantalón Susana la cultivó, la transformó, hizo de ella no el amargo recuerdo de un viejo comunista que tuvo que luchar en el bando contrario para salvar la vida, sino memoria viva que hizo posible que, por aquel papel amarillento, pudieran salir de la fosa común y conquistar la dignidad que los ganadores de la guerra negaron a los que en él aparecían.
La memoria es como un hilo que se comparte y que va, de nudo en nudo, de unos a otros, formando una cadena interminable que no se rompe jamás si hay amor. Porque el reportaje del sábado en HOY es, sobre todo, un relato de amor: el de Susana Cabañero por su abuelo, Francisco Rodríguez Gómez, ‘el Hombrecino’, que se ganó el recuerdo eterno de su nieta porque se negó a olvidar.