El pasado viernes, inmediatamente después de que Pedro Sánchez ganara a Mariano Rajoy la moción de censura, Canal Extremadura preguntó al presidente de la Junta ante las puertas del Congreso por lo que acababa de suceder dentro. Lo mínimo que cabía esperar era una reacción jubilosa, quizás no tan jubilosa como la que minutos después tuvo, también ante las cámaras de la tele extremeña, el portavoz del PSOE en la región Juan Antonio González, a quien la llegada de Sánchez a la Presidencia del Gobierno hacía que se le saliera el entusiasmo por todos sus poros, pero sí, al menos, de franco contento por que un socialista accediera a la Moncloa. No fue eso lo que Fernández Vara transmitió, al menos no me lo pareció a mí: se limitó a decir que lo que acabada de ocurrir era fruto del funcionamiento normal de las instituciones, que era bueno que hubiera alternativa política y sólo le pude apreciar más de energía en sus palabras cuando dijo que esperaba que las elecciones generales no coincidieran con las municipales y autonómicas del año que viene.
La actitud un tanto asténica del presidente de la Junta minutos después de que su partido alcanzara el premio gordo del Gobierno de España -un ‘pelotazo’ imposible de imaginar apenas una semana antes- me llevó a preguntarme si se debía a que esa operación pudiera encerrar una áspera verdad: la de que, salvo por el desalojo del PP del Gobierno, la operación política protagonizada por Sánchez, tan audaz como exitosa, pudiera ser un serio contratiempo para su partido y para su propio porvenir.
Para su partido porque la etapa que ahora inicia el PSOE, sosteniendo al Gobierno únicamente con sus 84 diputados y con los 266 restantes o tirándose a la yugular o, en el mejor de los casos, vendiendo a precio de oro su apoyo, exige de su líder un conocimiento del funambulismo que por lo visto hasta ahora pocos le suponen. Y para el propio Fernández Vara porque la moción trastocará sin remedio la situación política en Extremadura: el presidente de la Junta va a pasar de la perspectiva de un más o menos plácido último año de legislatura –que la encuesta de este periódico venía a corroborar al darlo claro ganador de las próximas elecciones y con un PP que se desangraba por la herida de Ciudadanos–, a que los extremeños lo valoren a él (y lo que es importante: lo voten) por su gestión y, a partir de ahora, también por la que desarrolle Pedro Sánchez como presidente del Gobierno.
De modo que la moción de censura que ha echado a Rajoy de la Moncloa pone una parte del crédito del presidente extremeño en manos de Pedro Sánchez. Se trata de una perspectiva que debe de traerle a Vara recuerdos de sus peores pesadillas, toda vez que perdió las elecciones en 2011 no por su gestión sino por la de Rodríguez Zapatero. Que el éxito de Sánchez tumbando a Rajoy se deba en parte a los consejos del asesor Iván Redondo, al que no faltan periodistas en Madrid que le escriban la hagiografía ocultando el miserable trato que le dispensó a Vara cuando trabajaba para Monago, otorga a esta historia las gotas de vinagre que dan sabor a los asuntos palaciegos dignos de tal nombre.