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Antonio Tinoco Ardila

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La fiebre punitiva que nos invade

El Ayuntamiento de Calamonte votó en su Pleno de junio declarar personas no gratas a los integrantes de La Manada. La moción, que fue presentada por Izquierda Unida, salió adelante por unanimidad. Me pregunto qué necesidad tiene Calamonte de discutir esa moción si no va a suponer nada para los calamonteños. Como si los integrantes de La Manada tuvieran entre sus planes ir por Calamonte y hubiera que advertirles de que no son bienvenidos. Yo creo que los concejales (ni mucho menos sólo los de Calamonte; esto está muy extendido, por desgracia) presentan en los plenos asuntos que no tienen nada que ver con el municipio al que representan porque saben que no tienen ninguna consecuencia y a ellos les sirve para lograr un objetivo que si se mirase con ojos de político de cierta altura es bastante ramplón, puesto que su único afán es el de quedar bien. Es decir, retórica, humo.

La política siempre ha tenido esa parte de ‘bienqueda’, fuegos artificiales para atraerse al cuerpo electoral, pero me da la impresión de que en los últimos años esa tendencia se ha acentuado. Ahora, con la eclosión de las redes sociales, ‘quedar bien’ no sólo se ha convertido en una parte sustancial de la agenda, sino en algo cercano a una obligación, porque se ha asentado la idea de que una parte imprescindible del ejercicio político es regalarle los oídos a la gente, sin importar mucho con qué ideas y qué consecuencias tengan. Miren lo ocurrido con Juana Rivas. De acuerdo que le ha tocado un juez que desprecia su obligación no sólo de ser imparcial, sino de parecerlo y por ello debería quedar inhabilitado para juzgarla, pero todavía no he oído a ningún político decir que esta mujer cometió muchos errores, algunos de los cuales tan graves que la han abocado a ser condenada a la cárcel y a perder la patria potestad sobre sus hijos: es el ‘bienquedismo’ llevado a su extremo: no dejes que la verdad se interponga ante la lisonja.

Si yo hubiese sido concejal en Calamonte hubiese votado en contra de declarar a los miembros de La Manada personas no gratas. No sólo por inútil; tampoco por entender que lo que ha hecho esa gente no tiene nada que ver con ‘lo calamonteño’, sino por no estar dispuesto a apuntarme a ningún pelotón de fusilamiento. Creo que en algún momento -y uno tan bueno como cualquier otro puede ser este- habría que decir basta a esa fiebre punitiva que se está extendiendo por la sociedad española. Observo preocupado que nos estamos deslizando por una pendiente que nos acerca a una atmósfera de linchamiento, y el caso de La Manada (también el de Juana Rivas) es un notorio ejemplo. No los voy a defender, como es lógico. Pero no les voy a negar el derecho a que ellos se defiendan.

Pero sobre todo hubiera votado no a la moción de Calamonte de declarar personas no gratas a La Manada porque con esa declaración se le está quitando legitimidad al Estado de Derecho, que establece que los jueces, y sólo los jueces, están facultados para limitar la libertad de las personas. Y por participar en cualquier operación que debilite el Estado de Derecho, por muy irrelevante que sea, no paso.

 

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