Por Natalia Reigadas
Hace siete años, cuando me mude a Badajoz, mi marido me llevó a conocer el parque de su infancia, Castelar. Me contó que sus padres le llevaban a dar de comer a los patos, pero a mí lo que me conquistó definitivamente fueron los pavos reales. Desde entonces cada vez que paso por la zona los busco.
Hace poco publicamos en HOY un reportaje sobre las misteriosas desapariciones de los pavos. En este parque solo quedan dos ejemplares y ambos son machos. Uno duerme en un árbol y otro en un balcón del hotel Zurbarán que es por donde les gusta moverse.
El otro día, hablando con el personal del hotel que se ocupa de cuidarlos, me confesaron sus sospechas, los han robado. El año pasado una pava tuvo tres crías. Una de ellas murió pero las otras dos crecían rápido y sin problemas. Un fin de semana desaparecieron ambas junto a su madre. “Nunca se alejan de su zona y menos de donde les dan de comer. Alguien se los llevó”, se lamentan quienes les vieron nacer.
Lo más probable, por tanto, es que alguien tenga una parcelita con tres pavos para que resulte más exótico su jardín. Ahí su conciencia. Ahora el problema es que solo quedan dos machos, así que el propio hotel Zurbarán está intentando buscar una pava para que no desaparezcan.
Con 19.667 parados en la ciudad, los recortes y en general la que nos está cayendo encima reconozco que parece frívolo preocuparse por unos animales. Pero a veces las pequeñas cosas y las costumbres que no desaparecen, como tomarse una cerveza con los amigos y que te pongan una buena tapa, ir al mercadillo y encontrar un chollo o pasear por Castelar, son las que te reconfortan. En esos momentos no te acuerdas de Merkel, de la prima de riesgo y no parece que se acaba el mundo.
Si algún día tengo hijos me encantaría llevarles a Castelar a dar de comer a los patos y perseguir a los pavos reales para ver sus plumas. Quizá no sea posible. Se busca pava.