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Población creciente en Clima y Salud menguantes

En la actualidad, la población mundial está creciendo a un ritmo que, según algunas previsiones, nos llevará a los 11 000 millones de habitantes en el planeta al final de presente siglo; al mismo tiempo, esa creciente población está envejeciendo a un ritmo también creciente, lo que resulta peligroso desde muchos puntos de vista. A su vez, la variabilidad del clima es cada vez mayor, acompañada de más frecuentes fenómenos meteorológicos extremos.

Estos fenómenos extremos no son recomendables para ninguna edad, pero mucho menos aun para las personas de edad avanzada. En consecuencia, una rama de la ciencia que convendría potenciar, para profundizar en los retos y necesidades de las personas mayores a la hora de hacer frente a los citados fenómenos adversos, es la “gerontología climática”, orientada precisamente a minimizar el impacto negativo de los cambios ambientales sobre las personas mayores.

No obstante, aunque por razones obvias las personas mayores serán las que se vean más afectadas por los cambios del clima, el resto de los humanos no quedarán al margen de su influencia y consecuencias.

De hecho, según publicaciones del Dr. Martínez-Carpio et al., tanto los factores meteorológicos como los climáticos (les llamaremos factores meteo-climáticos, para abreviar) tienen un importante efecto sobre nuestros órganos y especialmente sobre nuestro cerebro, de forma que existe constancia por ejemplo, de que las depresiones nerviosas son más frecuentes en los climas asociados a la primavera y el otoño.

Podemos citar algunas de las variables meteo-climáticas que afectan a nuestra salud, como son la temperatura, la humedad, la precipitación, el viento, la irradiación solar, la ionización atmosférica, el ozono troposférico, la contaminación, y un largo etc., que actúan sobre las enfermedades como las alergias, las infecciones y el estado de ánimo.

En los tratados de patología médica suelen citarse determinadas asociaciones entre ciertas enfermedades y los climas de las cuatro estaciones del año, que son en realidad estaciones astronómicas y no meteorológicas, puesto que están determinadas por cuatro posiciones concretas de la Tierra en su órbita anual en torno al Sol, posiciones opuestas dos a dos, que reciben el nombre de solsticios (de invierno y de verano) y equinoccios (de primavera y de otoño).

 

En los equinoccios, del latín aequinoctium que significa “noche igual”, el eje de rotación de la Tierra es perpendicular a los rayos del Sol, que inciden verticalmente sobre el ecuador. En los solsticios, del latín solstitium (sol sistere) que significa “sol quieto”, el eje se encuentra inclinado 23,5º, por lo que los rayos solares inciden verticalmente sobre el trópico de Cáncer (en el verano del hemisferio norte) o sobre el trópico de Capricornio (en el verano del hemisferio sur).

Pero, aunque las estaciones sean astronómicas, su influencia meteo-climática es enorme, precisamente por lo que acabamos de decir, ya que significan cambios en la posición relativa Sol-Tierra y con ello cambios en la inclinación con la que incide la radiación solar, y ese es precisamente el fundamento del CLIMA, palabra de origen griego, en el que KLIMA significa INCLINACIÓN. Y sabemos ciertamente que a más inclinación, más irradiación solar y más LUZ (permítanme esta licencia, aunque no sea físicamente exacta).

Según el Dr. Pedro Gil, experto en geriatría y presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, el clima influye en la salud de los mayores, pero más que las temperaturas, a criterio del Dr. Gil lo que más importa es la luz, puesto que se ha encontrado que es por esa luz por lo que  las patologías son diferentes en las regiones norte y sur de los distintos países. El norte, por ejemplo, arrastra siempre la mayor tasa de suicidios, debido a que los climas más sombríos influyen más en el estado de ánimo.

Por otra parte, son muchas las relaciones existentes entre las estaciones meteo-climáticas y las enfermedades; podemos citar como ejemplos de ello la tuberculosis, el sarampión, la tos ferina y la rubéola, como aquellas enfermedades que, en promedio, son más frecuentes en primavera.

Mientras que las gastroenteritis y las infecciones alimentarias, son más típicas del verano; al tiempo que la fiebre tifoidea, la escarlatina, las amigdalitis y la poliomielitis son más frecuentes en otoño; y obviamente los síndromes catarrales y la meningitis presentan una incidencia muy superior en invierno.

Esta distribución estacional se debe, entre otras causas, a que los agentes patógenos se encuentran también sometidos a las variaciones climáticas y estacionales; por tanto parece de sentido común prever que el cambio climático, en el que estamos inmersos, vendrá acompañado de cambios en el calendario, intensidad y distribución espacio-temporal de muchas enfermedades.

Adolfo Marroquín Santoña

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Sobre el autor

Adolfo Marroquín, Doctor en Física, Geofísico, Ingeniero Técnico Industrial, Meteorólogo, Climatólogo, y desde 1965 huésped de Extremadura, una tierra magnífica, cuna y hogar de gente fantástica, donde he enseñado y he aprendido muchas cosas, he publicado numerosos artículos, impartido conferencias y dado clases a alumnos de todo tipo y nivel, desde el bachillerato hasta el doctorado. Desde este blog, trataré de contar curiosidades científicas, sobre el clima y sus cambios, la naturaleza, el medio ambiente, etc., de la forma más fácil y clara que me sea posible.


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