Mariano no se fía de MAFO, el gobernador del Banco de España. Lo ve como una zorra socialista a la que Zapatero puso a guardar el gallinero. No obstante, su predecesor en el cargo, Caruana, colocado por Rato, fue un lince: no vio o no quiso ver que se nos caería el castillo de ladrillos aplastando a las cajas de cartón piedra que lo sostenían. Rajoy ha encargado a unas consultoras externas hacer lo que debía hacer el Banco de España: examinar el estado de esas cajas. Pero si MAFO no es de fiar, tampoco pondría la mano en el fuego por los consultores, visto que aprobaron con nota a bancos, como Lehman Brothers, los irlandeses o los islandeses, que después quebraron.

Con todo, el de consultor es un trabajo de referencia en este nuevo capitalismo que está implantándose con la crisis y que sustituye al capitalismo social, a la jaula de hierro inventada por Bismarck, que, como analizó Max Weber, trasplantó el modelo militar a las empresas y las instituciones civiles. Para impedir la revolución, este modelo creó una enorme burocracia que buscaba más la inclusión social que la eficacia, que todo el mundo se sintiera importante en su puesto con la esperanza en una recompensa futura, que casi nunca llegaba. La ciudadanía acabó pensando como soldados y, lejos de sentirse oprimida, sólidas realidades institucionales les servían de orientación: sindicatos, grandes empresas y mercados relativamente fijos, como explica el sociólogo Richard Sennet en ‘La cultura del nuevo capitalismo’. Este empezó a gestarse con la quiebra de los acuerdos monetarios de Bretton Woods, tras la crisis del petróleo de 1973. Ello trajo consigo la globalización económica, el derrumbe de los diques de contención del capital; a su vez, las grandes empresas se rediseñaron para satisfacer a unos inversores que aspiraban más a la ganancia en bolsa a corto plazo que a obtener dividendos a largo plazo. Esta nueva economía flexible influye en la política: los nuevos gobernantes tienen como meta desmontar la rígida burocracia del Estado de bienestar. Pero, según Sennet, «la fragmentación de las grandes instituciones ha dejado en estado fragmentario la vida de mucha gente», le ha quitado el ancla, le ha generado ansiedad e inseguridad: ya no se le garantiza un empleo de por vida; ya no se tienen en cuenta sus logros del pasado ni sus conocimientos; ahora se valoran sus habilidades potenciales, lo que puede llegar a hacer más que lo que ha hecho, su capacidad para improvisar y reciclarse, para pasar de una tarea a otra, de un lugar a otro. Este es el perfil del consultor, que pica en todo pero no se detiene en nada. Es lo opuesto al artesano, contra el que, advierte Sennet, milita este orden social emergente y fluido («modernidad líquida», como la llama el filósofo Zygmunt Bauman). El artesano hace algo bien por el simple hecho de hacerlo bien. Para ello, debe profundizar en su actividad, lo que lleva tiempo. Pero ahora las empresas no priman el trabajo bien hecho, sino hacer muchas cosas en poco tiempo. Impera la meritocracia y el ganador se lo lleva todo, generándose más desigualdad y élites: el talentoso, el creativo, el inteligente es superior a los demás. A cambio, puede parecer que se nos ha dado más libertad. Pero Sennet sostiene que no. Hemos salido de la jaula para flotar a la deriva. A su juicio, necesitamos valores que creen un nuevo ancla cultural, en especial, espíritu artesanal: «hacer algo bien, aun cuando no se obtenga nada de ello». Coincido con él en que «únicamente este tipo de compromiso desinteresado puede enaltecer emocionalmente a las personas; de lo contrario, sucumben en la lucha por sobrevivir».

(Publicado en el diario HOY el 27/5/2012)