La Justicia es ciega, y debe de padecer también anosmia, pues no hace falta ver si no tener algo de olfato para percibir que algo huele a podrido en el despacho de Yo el Supremo. Pero, no sean tan puritanos, que los vicios privados, como los del señor Dívar, pueden hacer la prosperidad pública, como defiende Bernard Mandeville en ‘La fábula de las abejas. Vicios privados, beneficios públicos’ (1714). Se la resumo. Había un gran panal, atiborrado de abejas que vivían con lujo y comodidad. No hubo abejas mejor gobernadas. No faltaban los parásitos ni los bribones ni los malos médicos, abogados, sacerdotes, soldados, ministros… Se cometían fraudes a diario y la justicia, llamada a reprimir la corrupción, era ella misma corruptible. Todos los estamentos y profesiones estaban llenos de vicios, pero el conjunto era un Paraíso. Los pecados particulares contribuían a la felicidad de toda la colmena. Pero cada vez más indignadas abejas comenzaron a reclamar un poco de honradez al grito de “¡mueran los bribones!” y “¡húndase la tierra por sus muchos pecados!”. Entonces, Júpiter, airado, liberó del fraude al aullante panal. Y sobrevino su ruina. Como se eliminaron los excesos, desaparecieron las enfermedades y no se necesitaron más médicos. Como se acabaron las disputas, no hubo más procesos y no se necesitaron ya abogados ni jueces. Las abejas se volvieron moderadas y no gastaron ya nada: no más lujos, no más arte, no más comercio.
La conclusión del satírico Mandeville es que “en el momento en que el mal cese, la sociedad se echará a perder, si no se disuelve completamente”. Por ende, concluye: “Los vicios privados, manejados diestramente por un hábil político, pueden trocarse en beneficios públicos”. Es el principio sobre el que se sustenta el liberalismo económico y al que daría la vuelta Adam Smith en ‘La riqueza de las naciones’ (1776) con el argumento de que no puede ser vicio el egoísmo si de ello se derivan ventajas para toda la sociedad. Con lo que infiere que el egoísmo, “la mano invisible”, es el motor de la economía y aumenta el bienestar social. Ya en el siglo XX llegaría el neoliberal Hayek y diría aquello de “lo que en el pasado hizo posible que se desarrollara la civilización fue la sumisión del hombre a las fuerzas impersonales del mercado”. Y en esas están nuestros gobernantes, pero mientras los beneficios siguen siendo individuales, los riesgos y pérdidas se socializan, como demuestra el caso Bankia. Porque los Estados, sobre todo tras los atentados del 11-S, han recortado las libertades de la mayoría, al tiempo que se han puesto al servicio de unos pocos individuos, a los que han otorgado plena libertad para hacer dinero sin rendir cuentas a nadie. Así, “la economía, que se ha convertido en global, ya no está sometida al control político de los Estados. Todo lo contrario. Son los Estados los que se han puesto al servicio de la economía”, como explica Tzvetan Todorov, Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, en ‘Los enemigos íntimos de la democracia’. Por tanto, sentencia, “lo único que les queda de democracia es el nombre, porque ya no es el pueblo el que detenta el poder”, sino unas pocas abejas reina.
(Publicado en el diario HOY el 3/6/2012)