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Banco malo, banco bueno

“Robar un banco es un delito, pero más delito es fundarlo», decía el dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht. Pero, encima, si el banco es malo, el delito casi, casi es de lesa humanidad. Y ese es el que acaba de perpetrar el Gobierno de Rajoy con su enésima reforma financiera, una de las exigencias de sus socios europeos para aflojar la faltriquera y prestar a España 100.000 millones de euros para salvar su enladrillada banca.

¿Y qué es el llamado ‘banco malo’? Según Luis de Guindos, ministro de Economía, ni es un banco ni es tan malo, es una sociedad de gestión de activos tóxicos. Para entendernos, un trastero al que los bancos podrán traspasar sus trastos rotos e inútiles, su mierda, vamos: créditos morosos o de dudoso cobro, sobre todo de promotores, así como suelo y viviendas que se han comido con el estallido de la burbuja inmobiliaria porque sus propietarios eran incapaces de pagar la hipoteca.

¿Y la broma que nos costará? Cual Pinocho, el Gobierno insistió el viernes en que el saneamiento de la banca no costará un euro al contribuyente, pero el mismo día anunció que inyectará de forma urgente 4.500 millones en Bankia, una cantidad similar a la que esta ha perdido en el primer semestre del año. En el caso del banco malo dependerá de a qué precio compre esa morralla a las entidades que precisen de la ayuda de papá Estado, ese del que don Dinero, como un adolescente rebelde, echa pestes cuando le ata en corto y le reprende por sacar malas notas o volver tarde a casa las noches de farra y al que acude, zalamero, cuando necesita pasta o se mete en líos. Si el banco malo adquiere caros esos activos tóxicos, por encima del precio de mercado, que ahora está por los suelos, perderá dinero al revenderlos; sería un regalo para los bancos y otro palo al bolsillo del club de los ‘pringaos’. Si los compra baratos, los bancos lo sufrirán en sus cuentas y papá Estado tendrá que salir de nuevo en su rescate inyectándoles más plata quemada de todos. Además, me huelo que el banco malo no adquirirá el ladrillo tóxico a precio de mercado porque el Gobierno le ha dado hasta 15 años para venderlo sin incurrir en pérdidas, con la esperanza de que en ese amplio plazo la economía y el mercado inmobiliario se recuperen. Veremos, pero no descarten que acabe haciendo lo que el banco malo irlandés: demoler promociones de pisos sin terminar que no encuentran comprador.

No obstante, si al final el banco malo logra obtener beneficio de esa almoneda, el botín no irá a parar en su totalidad a las arcas públicas, pues la sociedad tendrá una participación del Estado máxima del 50%. El resto de las acciones se colocará entre inversores privados, para lo que el Gobierno abre la puerta a incentivos públicos, por ejemplo, fiscales. De todas todas, es un negocio redondo para los pecadores de esta crisis que pagaremos los justos de siempre. O sea, vicios privados, públicas pérdidas.

¿Han comprendido la diferencia entre un banco bueno y uno malo? ¿No? Quizás la explicación que Ángel Gómez Espada, poeta y columnista del HOY, pone en boca del teleñeco Coco sea más clara: “El banco bueno es donde tú crees que está tu dinero; el banco malo es donde realmente está tu dinero”. Que se lo digan a las víctimas del tocomocho de las preferentes.

(Publicado en el diario HOY el 2/9/2012)

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