El día siguiente al Primero de Mayo, este diario publicó una viñeta del siempre genial Sansón en la que aparecen dos tipos trajeados, uno de los cuales dice: «¡Caray, qué despiste el nuestro! Hemos abolido el trabajo, no la esclavitud». En efecto, las condiciones laborales de una creciente legión de trabajadores se aproximan a pasos de cangrejo a las de los esclavos. La vieja dialéctica hegeliana del amo y del esclavo –base de la dialéctica marxista que contrapone burguesía a proletariado y que considera la lucha de clases como motor de la historia– está lejos de resolverse. La historia no ha alcanzado ni el fin comunista profetizado por Marx ni el fin neoliberal sentenciado por Francis Fukuyama. No estamos ante la crisis universal definitiva que acabará con los antagonismos e instaurará el paraíso en la tierra. ¡Historias!
Con la coartada de la crisis, los nuevos amos siguen apretando las tuercas a los nuevos esclavos. Su sed de dominación no se sacia con los tijeretazos dados al Estado de bienestar ni con una «muy agresiva reforma laboral». Los patrones y sus corifeos no se cansan de clamar más libertad, a costa de recortar la de los curritos. Quieren más libertad de mercado y menos justicia social. Quieren más manga ancha para atar corto a la mano de obra. Exigen que se les hurte a los jueces los poderes que tienen para frenar los ERE. También piden que se rebaje más el coste del despido y el salario mínimo a personas sin formación. «Hay que dar trato desigual a formación desigual», arguyó la presidenta del Círculo de Empresarios hace poco más de una semana, porque hay un millón de empleados «con cero cualificación» y «te obligan a pagarles aunque no valgan para nada». Aboga por que cobren un sueldo de hambre hasta que produzcan lo que cuestan. Es el precio a pagar para crear empleo, sobre todo entre los jóvenes españoles, más de la mitad de los cuales está en paro. Tal revuelo causó la ‘dominatrix’ Oriol que acabó disculpándose dos días después por su latigazo verbal y reconoció que «todas las personas tienen dignidad y valía, con independencia de su formación profesional». Ay, doña Mónica, pero el mal ya está hecho; en realidad solo dijo en alta voz lo que la mayoría de los amos piensan.
La filósofa francesa Simone Weil decía que la condición obrera es dos veces inhumana: privada de dinero, primero, y de dignidad, después. Y privado de dinero y dignidad el trabajador no es sino un esclavo. Cuando el trabajo es una degradación, no es la vida, aunque cubre todo el tiempo de vida.
Nos acercamos a la sociocracia concebida por Auguste Comte, una sociedad donde los banqueros y técnicos serían los sabios que ejercerían una suerte de despotismo ilustrado. Según el monstruo producido por el sueño de la razón del considerado padre del positivismo y de la sociología, cada república sería gobernada por los tres principales banqueros. «Dos mil banqueros, cien mil comerciantes, doscientos mil fabricantes y cuatrocientos mil agricultores» le parecían a Comte «suficientes jefes industriales» para los 120 millones de habitantes que componían la población occidental en su época, la primera mitad del siglo XIX. «En este pequeño número de patricios se encuentran concentrados todos los capitales occidentales cuya activa aplicación deberán dirigir libremente, bajo su constante responsabilidad moral, en beneficio de un proletariado treinta veces más numeroso». Tal es la utopía capitalista que se está haciendo realidad, pero concentrándose el poder y el capital en aun menos amos pese a haber muchos más esclavos.
(Publicado en el diario HOY el 4/5/2014)