No apoyo la independencia de Cataluña pero sí su derecho a decidir su futuro, como ha hecho Escocia. Lo contrario es tener miedo a la libertad y la democracia. Y en democracia solo cabe resolver los conflictos a través del voto o del pacto. No obstante, me parece un paso atrás que Cataluña se separe de España cuando Europa avanza, a trancas y barrancas, hacia su unión. Creo que a catalanes y españoles nos irá mejor juntos, pero no revueltos. Por tanto, urge discutir cuál es la mejor forma de encajar Cataluña en España: si con más autonomía, con un estado federal o confederal o con un concierto económico similar al vasco… Algo debe cambiar, pues no hay que obviar que la burbuja soberanista catalana se ha hinchado, no por casualidad, durante los años de crisis. Sí, porque Artur Mas ha utilizado la reivindicación de la consulta para distraer la atención de los catalanes de los fuertes recortes sociales que ha ejecutado en Cataluña –llegando incluso más lejos que Rajoy, de quien, cuestión nacionalista aparte, poco le difiere– y para vender la independencia como la panacea que curará a los catalanes de todos sus males, de los que responsabiliza solo a España. Todo nacionalismo recurre siempre a un discurso victimista y anhela el regreso a un arcádico pasado. Todo nacionalismo está fundado sobre un mito, es decir, sobre una mentira, como casi todas las religiones e ideologías, todo sea dicho.
Cierto que la mentira puede llevar a la verdad. «A veces se puede ver más claro en el que miente que en quien dice la verdad. La verdad, como la luz, ciega», sostiene el protagonista de ‘La caída’, de Albert Camus. Ese es el camino que sigue la literatura (y el arte en general), que, como cree Luis Landero con Juan Rulfo, «es una suma de mentiras cuyo producto es una verdad».
Mas, aunque se diga que es la literatura con prisas, el periodismo solo puede tener como divisa «la verdad siempre, aunque duela», como remachaba mi maestro Manuel Unciti. Al igual que la política. Sin embargo, nuestros políticos, con ayuda de sus voceros, son más dados a decir medias verdades, que no son sino mentiras disfrazadas de verdad, y a seguir la divisa de Joseph Goebbels, el ministro de la Propaganda nazi: «Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad». Pero, de tanto mentir, les está pasando lo que al zagal del cuento ‘Pedro y el lobo’, que ya no les creemos ni cuando dicen la verdad. Eso explica, sobre todo, fenómenos como el auge del independentismo catalán y la irrupción electoral de Podemos. Me temo que ambos se alimentan más del voto bronca que de una verdadera voluntad de cambio de la ciudadanía. Creo que la mayoría de los indignados añora un pasado idealizado y quiere recuperar lo que considera que le ha arrebatado la ‘casta’ política y financiera con la excusa de la crisis.
Pero el pasado nunca vuelve. Está germinando un cambio revolucionario; que sea a mejor o peor dependerá de si se basa en la verdad o la mentira. Dicen que la verdad siempre es revolucionaria, pero también puede serlo la mentira. Ahora bien, cuando la revolución se basa en una mentira, en una vana esperanza, en una quimera, la ciudadanía se limita a sustituir en el poder a una élite por otra, que no tardará en traicionar los principios revolucionarios. Porque si la verdad hace libre, la mentira esclaviza.
(Publicado en el diario HOY el 21/9/2014)