El jueves hizo tres años que Mariano Rajoy ganó las elecciones. El viernes, su factótum, Soraya Sáenz de Santamaría, sacó pecho. «Se ha dado un vuelco a la situación económica», cacareó. Sin embargo, ese mismo día conocíamos un dato, publicado por la Agencia Tributaria, que refleja otra España bien distinta a la pintada por la vicepresidenta y el anuncio de la Lotería de Navidad. Uno de cada tres trabajadores españoles gana menos de 645 euros al mes, es decir, por debajo del salario mínimo interprofesional. Dicho de otro modo, 5,7 millones son ‘seiscientoseuristas’ y, por tanto, carne de exclusión social. Pero hay otros casi dos millones que ganan de 645 a 970 euros. Por tanto, casi 7,7 millones de asalariados, casi la mitad (el 46,4%), ingresan menos de mil euros mensuales, o sea, tienen un empleo que no les saca de pobre. Si hasta hace bien poco ser ‘mileurista’ era sinónimo de cobrar una mierda, ahora es un sueño para una creciente legión de jóvenes y no tan jóvenes.
Según Hacienda, el sueldo medio es de 18.505 euros anuales (1.342 mensuales), un 1,4% menos que el año anterior. Hay casi tantos ‘seiscientoseuristas’ como curritos con rentas medias (de 18.068 a 45.000 euros al año) y en este colectivo se ha concentrado el ajuste, porque hay 250.000 menos que hace un año. En contraste, solo hay 125.191 asalariados (7.000 menos), el 0,7% del total, que percibe más de 90.342 euros al año. Y su sueldo medio ha subido hasta los 147.320 euros desde los 146.312 de hace un año y los 129.852 del inicio de la crisis.
Estos datos confirman, una vez más, que durante la crisis la brecha entre la España rica y la España pobre no ha dejado de ensancharse. Reflejos extremos de esas dos Españas son Cayetana ‘la libre’, que deja a sus vástagos un patrimonio de 2.800 millones ganados con el sudor de los de enfrente, y Carmen ‘la desahuciada’, una vecina de 85 años de Vallecas desalojada de su casa el viernes, mientras se enterraba a la Duquesa de Alba, por avalar un préstamo impagado por su hijo.
En ‘Agrietar el capitalismo’, el sociólogo y filósofo irlandés John Holloway habla de dos formas de luchar para cambiar este mundo desigual: la política de la dignidad y la política de la pobreza. O sea, la política de los consejos y asambleas (la del 15M, las mareas, las marchas de la dignidad o la Plataforma de Afectados por la Hipoteca) y la política de los partidos centrados en el Estado. La política hecha desde abajo, por el pueblo, y la política hecha desde arriba, en nombre del pueblo. Estas dos luchas, dice Holloway, se entremezclan y amalgaman a menudo en la misma organización e incluso en el mismo individuo. Ejemplo de ello son los procesos en Venezuela, Ecuador y Bolivia y también Podemos, que se mira en ellos. Pero en los cuatro ya predomina la lucha de partido estadocéntrica. Holloway la rechaza porque «actuar en nombre del pueblo, o en su beneficio, inevitablemente conlleva un grado de represión; si el pueblo no tiene la misma idea que el Estado, entonces, tiene que haber algún medio para imponer el bienestar del pueblo en contra de sus propios deseos. El movimiento revolucionario se vuelve represivo y también se debilita al perder el apoyo activo». Y el líder carismático acabará parafraseando al Rey Sol: «El pueblo soy yo» y «quien me ataca a mí, ataca al pueblo». Esta película de terror ya la hemos visto demasiadas veces.
(Publicado en el diario HOY el 23/11/2014)