Tragedias como la del avión de Germanwings llevan a uno a replantearse la condición humana. ¿Qué puede empujar a un tipo aparentemente normal, «muy competente, agradable, alegre y educado», según sus allegados, a suicidarse y matar con él a 149 personas sin más culpa que tener la mala fortuna de viajar en el mismo Airbus que él copilotaba? Quizás no lo sepamos nunca a ciencia cierta. Al parecer, el tal Andreas Lubitz estaba de baja por depresión o algún tipo de trastorno psicótico pero había roto el parte y la compañía asegura no haberlo recibido.
En una entrevista al diario alemán Bild publicada ayer, Maria W., una azafata de 26 años presentada como la expareja de Lubitz, arrojó algo de luz, o de oscuridad, según se mire, al declarar que cuando oyó la noticia del siniestro recordó una frase del copiloto que estremece: «Un día voy a hacer algo que va a cambiar todo el sistema, y todo el mundo conocerá mi nombre y lo recordará». Maria explica que rompió su relación con Andreas «porque cada vez era más evidente que tenía un problema». «Durante las discusiones –añade– se irritaba y me gritaba (…) Por la noche se despertaba y gritaba: ‘¡Nos caemos!’».
«Así es el hombre, caballero, tiene dos rostros: no puede amar sin amarse», dice Jean Baptiste Clamence, «el juez penitente» protagonista de la novela ‘La caída’, de Albert Camus. Clamence es un exitoso abogado que se derrumba profesional y personalmente hasta convertirse en un ser abominable, como Lubitz.
¿Y cómo este doctor Jekyll y Mr. Hyde logró pasar las pruebas psicológicas para ser piloto? Aviación Civil, el Sepla y diferentes colectivos de especialistas admiten que dichas pruebas solo son muy exhaustivas en el momento de obtener la licencia de vuelo. Pero pongámonos en el caso de que el piloto logra burlar a los psicólogos y psiquiatras o enferma después, ¿qué medidas se pueden tomar para impedir que algo así vuelva a suceder? ¿Cómo prevenir una reacción imprevisible de un aviador al que se le muda el aire o se le caen las alas? Después de que la Fiscalía de Marsella desvelase la supuesta causa de la tragedia aérea de los Alpes, varias aerolíneas se han apresurado a adoptar una medida que es obligatoria en Estados Unidos pero no en Europa: obligar a que siempre haya dos personas dentro de la cabina del avión. Sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.
Si algo evidencia este fatídico hecho es que prevenir es curar y que cuantos más controles más prevención. Este caso me parece una metáfora del poder. Cuanto más se concentra el poder, más riesgos de caer en un desastre hay. No podemos dejar los mandos de nuestra sociedad ni en pocas manos ni en manos de cualquiera. De hacerlo nos arriesgamos a que acabe padeciendo mal de altura y nos estrelle con él o nos haga saltar por los aires. Debemos ser muy cuidadosos a la hora de elegir a nuestros pilotos en las urnas, amén de limitar el tiempo que pueden estar en la cabina. Y una vez elegidos, debemos someterlos a una exhaustiva y continua vigilancia. Para ello debemos de dotarnos de rigurosos sistemas de control y lo que es más importante: repartir al máximo las responsabilidades, es decir, dividir el poder todo lo que se pueda para prevenir o, al menos, minimizar sus perversos efectos. Si no, nos caeremos con todo el equipo.
(Publicado en el diario HOY el domingo 29/3/2015)