El bipartidismo ya tiene quien lo sostenga cuando se tambalea durante esta segunda Restauración borbónica. No es la primera vez. Antaño tuvo al CDS del expresidente Adolfo Suárez –tras las municipales y autonómicas de 1987 y 1991– y a la CiU del exhonorable Jordi Pujol –tras las generales de 1993 y 1996–. Ahora ha encontrado la muleta idónea en otro catalán trasvestido de Suárez, Albert Rivera, que puede triunfar allí donde fracasó su paisano Miquel Roca con su frustrada operación reformista en 1986. Rivera se presenta como un rejuvenecido y lampiño Joaquín Costa, como el nuevo campeón del regeneracionismo. Lo ha demostrado apresurándose a apuntalar 20 años de régimen popular en la Comunidad de Madrid, tierra saqueada por las mafias de la Gürtel y la Púnica, y en ayuntamientos como el de Badajoz, y tres décadas largas de régimen socialista en Andalucía, taifa de los ERE donde los amos de los santos inocentes fueron reemplazados por los capullos de rosas, que no huelen mejor y tienen duras y agudas espinas.
Bien empieza esta joven promesa: poniendo a los mismos perros distintos collares. No está mal para alguien que quiso prejubilar a los políticos nacidos durante el franquismo y llegó a decir que «la regeneración democrática y política pasa por gente nacida en democracia, que no tenga mochilas, que no tenga dinero en Suiza ni casos de corrupción».
Pero Rivera y su Ciudadanos (C’s) han aprendido rápido y donde dije digo, digo Diego. Llegada la hora de la verdad, la de la ‘realpolitik’, tras las elecciones del 24M, han tirado de Maquiavelo y han dejado claro que lo mismo sirven para un roto popular que para un descosido socialista. Arteros en nadar y guardar la ropa, han decidido poner una vela al ángel azul y otra al diablo rojo. Arguyen que son de centro y equidistantes de la izquierda y la derecha, pero pueden acabar fagocitados por ambas. Ya les ocurrió a la UCD y al CDS en España, y no mejor les ha ido a los liberal-demócratas en el Reino Unido tras gobernar en coalición con los conservadores y a los liberales en Alemania tras ser intermitentes mamporreros de los democristianos.
Ay, Albert, dices que no te casas con nadie, pero puedes acabar vistiendo santos y compuesto y sin novia jugando al perro del hortelano, al ni contigo ni sin ti. Quieres estar en el machito sin estar. Quieres apoyar sin apoyar. Ten cuidado, eso no suele acabar bien, bien lo sabe IU en Extremadura. Queriendo ser ambivalente estas resultando ambiguo. Además, si se mezcla rojo y azul no sale naranja, sino morado.
Albert, aunque lo intentes disimular, tras pasar por las urnas has enseñado la patita y se te han visto las garras de gatopardo. Acaso en esta larga noche que oscurece España todos los gatos sean pardos, incluso esos a los que el expresidente y exsocialista Felipe González llama «monaguillos de Maduro». Veremos. La esperanza es lo último que se pierde, hasta el PP se resiste a perderla, aunque ella ande perdida y ya no sea más que un gran jarrón chino en un apartamento pequeño, de esos que, como dijo el propio Felipe de los de su condición de ex, «se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes; nadie sabe bien dónde ponerlos y todos albergan la secreta esperanza de que, por fin, algún niño travieso les dé un codazo y los rompa». O, como en la Villa y Corte, una sabia vieja y traviesa.