Esta noche asistiremos al desenlace del sainete montado por ese orquestador de fanfarrias que es Artur Mas. Pero desengáñense, gane la bandería que gane, sean separatistas o separadores, la cuestión catalana seguirá lejos de estar resuelta. La victoria, caiga del lado que caiga, será tan pírrica que el vencedor no podrá imponer su verdad ni su voluntad al derrotado. Si como apuntan las encuestas, el bloque soberanista logra la mayoría absoluta de escaños pero no ya de votos sino de electores (incluidos los que se abstienen), ¿qué legitimidad puede tener para declarar la independencia? Ambas partes están condenadas a entenderse y las elecciones del 27S no dejan de ser un interludio en esta tragicomedia nacional.
El ‘show’ continuará más allá de hoy y más tarde o más temprano unos y otros tendrán que buscar la manera de encajar a Cataluña en España, de seguir juntos pero no revueltos, visto que la actual autonomía no es suficiente. No lo digo yo, lo dicen 25 exministros de todos los partidos que han pasado por el Gobierno (UCD, PSOE y PP) en un manifiesto en el que abogan por una modificación consensuada de la sacrosanta Constitución que recoja «la singularidad» de Cataluña en el diseño territorial del país. Los firmantes consideran que «entre la independencia y la situación actual hay fórmulas convenientes para todos» y apuestan por un diálogo que permita satisfacer «las aspiraciones legítimas de los catalanes». No obstante, la mejor forma de conocer esas aspiraciones sería a través de un referéndum, como en Escocia o Quebec. Negar esa posibilidad es tener miedo a la democracia. Con todo, lo más probable es que este problema se resuelva como casi todo en este mundo: con dinero, otorgando a los catalanes un concierto económico similar al de vascos y navarros en los que ellos se coman y guisen sus impuestos.
Sin embargo, durante el sainete electoral, cara a sus claques, ambos bandos se han mostrado inflexibles en sus posiciones, intercambiando todo tipo de asechanzas. Unos, con Rajoy, profeta del desconcierto, al frente, echando mano, una vez más, del discurso del miedo y amenazando a los otros con los siete males y alguno más si se independizan. Los otros, con Mas, charlatán de feria, a la cabeza, culpando a los unos de todos los males de Cataluña, vendiendo la secesión como el bálsamo de Fierabrás y prometiendo a sus Sanchos hacerlos dueños y señores de la ínsula Barataria. Ambas cuadrillas quedaron bien retratadas en la pendencia de banderas que protagonizaron en el balcón del Ayuntamiento de Barcelona ante la sonrisa cómplice y burlona del cizañero de Mas, el gran muñidor de esta astracanada, tan intoxicador o más que los motores diésel de Volkswagen, el tuerto que es virrey en el país de los ciegos, sordos y mudos.
Mas recuerda al general Prim, conde de Reus, que pinta Valle-Inclán en su ‘Ruedo ibérico’: un tipo egocéntrico, ambicioso y traidor, «aquel soldado de aventura que caracoleaba un caballo de naipes en todos los baratillos de estampas litográficas», que «más que reaccionario, es un pillastre», un ‘condottiero’ que «cuando menos se piense desembarcará en una playa española y hará la revolución en provecho suyo, sin respeto a los pactos comprometidos». Mas como Prim «ha sido toda la vida un jugador de ventaja».
(Publicado en el diario HOY el 27/9/2015)