Francia ya está donde querían los bastardos de Alá, no sus hijos legítimos: en guerra. Su presidente está siguiendo al dedillo el manual belicista de Bush junior, su particular ‘Arte de la guerra contra el terror’, incluidos mensajes alarmistas y tóxicos alertando del riesgo de un ataque con armas químicas o bacteriológicas, es decir, de destrucción masiva.
El primer paso de Hollande fue anunciar una reforma de la Constitución para convertir el Ejecutivo en ejecutor. Ha encontrado el pretexto para hacer lo que no le dejaron hacer a su antecesor y quizás sucesor, el ‘pequeño Nicolás’ galo, Sarkozy, por el que corre sangre húngara y judía y unas gotitas de agua de Vichy.
La policéfala serpiente yihadista ha picado al jefe del Estado francés y le ha hecho caer en la tentación cesarista. Hollande se ha quitado la careta buenista, ha desempolvado la guerrera de De Gaulle y se ha calzado las botas de Napoleón para defender a Marianne poniéndola en cuarentena. La Reina de Corazones republicana ha desenvainado el sable y, al grito de «¡Que le corten la cabeza!», se ha lanzado contra la hidra islamista instando a todos los participantes en el Gran Juego a poner las cartas boca arriba y a que se dejen de jugar con dos barajas, a lo que son tan aficionados, sobre todo, los tahúres turco y saudí, diestros y siniestros en que su mano izquierda no se entere de lo que hace la derecha.
No obstante, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, porque en la existencia y subsistencia del Daesh ha habido y hay otros cómplices, encubridores y cooperadores necesarios. Ya saben que la política, los negocios y su combinación, la guerra, hacen extraños compañeros de cama. Que se lo digan a Obama y Putin, como antes a Roosevelt y Stalin.
Sin embargo, no basta con cortarle las cabezas a la hidra para terminar con ella, porque le brotarán dos nuevas de la amputada. Para evitarlo hay que cauterizar los cuellos decapitados y eso pasa por acabar con la riqueza y la pobreza de las que se nutre: la riqueza que genera al Estado Islámico el petróleo que exporta a, incluso, países de la UE y la riqueza que le donan caritativos padrinos del golfo Pérsico; y la pobreza de suburbios de grandes urbes árabes y europeas como Madrid, Barcelona o París en los que las mafias yihadistas reclutan al grueso de sus caballos de Dios, como llaman a sus bombas humanas.
‘Los caballos de Dios’ se titula una novela del escritor marroquí Mahi Binebine, adaptada al cine en 2012, que se basa en la historia de los kamikazes que perpetraron los atentados que sacudieron Casablanca en 2003, jóvenes que salieron del barrio chabolista de Sidi Moumen, en la periferia de la capital económica de Marruecos. Como explica Binebine, son jóvenes sin oficio ni beneficio y sin futuro que siempre han vivido en la miseria, de los que se ha olvidado el Estado y de los que abusan patrones sin escrúpulos que les hacen deslomarse por un salario de mierda. Como ya penan en el infierno, se convierten en presa fácil para cualquier profeta que les prometa el paraíso.
Paradójicamente, narcotizados por los imames, esos jóvenes llegan a la conclusión de que la única forma de darle sentido a su vida es quitándosela. Y cómo evitarlo. Binebine lo tiene claro: «El único medio para salvarles es la educación», lo que implica más filosofía y menos religión.
(Publicado en el diario HOY el 22/11/2015)