Don Mariano es un hombre entradito en años que se resiste a ser marioneta del destino y quiere seguir moviendo los hilos, aunque en realidad no es más que un títere que le queda como un guante a doña Ángela la teutona.
Don Mariano se granjeó fama de buen médico con un método infalible: cortar por lo sano y no dejar títere con cabeza. Más que cachiporrero es estafermo y si le golpeas, al girar, te devuelve el golpe cuando menos te lo esperas si no te andas con cuidado.
Empero don Mariano no es un Dorian Gray y, por más que se maquille y que sus mediáticos pintores de cámara retoquen su retrato, su cara ya muestra las secuelas de una vida de excesos de la mano de titiriteros levantiscos y castizos que le tenían en la bolsa. Este viejo azulón ha perdido atractivo entre buena parte de su claque y, aun así, no quiere apearse del machito y busca desesperadamente una esposa sumisa y de buen ver. Le ha echado el ojo a la señá Rosita, que, aunque ya algo marchita, sigue teniendo encanto. La madre de Rosita, una andaluza de armas tomar, está dispuesta a entregar su hija a tan faunesco señor. Sin embargo, Rosita se quiere casar con un becerro nonato, con un caimán, con un borriquito, con un general, lo mismo le da… con cualquiera, menos con ese carcamal. Rosita con todos flirtea y don Mariano está que echa humo y ya le niega hasta el saludo, pues ve que se le pasa el turno.
Con todo, Rosita está prendada, de momento, del apuesto maese Pedro, que llegó, gallardo, a la venta de la madre de la descocada señorita con su teatrillo de marionetas para representar la liberación de Melisendra, la de las mil nacionalidades y lenguas, a quien tiene cautiva el rey polaco Carlos Montedearriba, monigote al que mueve con siniestra mano don Masilio.
No obstante, la atracción principal de maese Pedro es el mono morado que lleva con él, al que ha adiestrado (o viceversa) para que se le suba al hombro y se le acerque al oído como si le hablara. Posteriormente, maese Pedro repite las palabras del mono, que supuestamente puede ver sucesos pasados y presentes, mas no futuros.
Pero cuando el maese representa su retablo, don Mariano pierde la razón cual don Quijote y, creyéndose de todo en todo que es real lo que se representa, arremete contra títeres y titiriteros para asombro y desesperación de su fiel escudero Alberto, un Sancho Panza moderno que tiene mano con don Pedro.
Mas no puedo decirles, queridos espectadores, cómo acabará este cuento, aunque me temo que a cachiporrazos como toda farsa guiñolesca que se precie, para impaciencia del gran marionetista, don Dinero.
A la Virgen del Amor y los Ángeles Custodios ruego que no me tomen a mal esta obra de ficción, escrita no con ‘animus iniuriandi’ sino ‘iocandi’, aunque don Carnal ya haya dado paso a doña Cuaresma. No era mi intención ofender a nadie ni enaltecer ningún terror. Al contrario, solo pretendía, respetable público, ahuyentar su miedo con una pizca de humor, quizás, mal humor. No creo que por eso merezca ir a prisión, pero cosas veredes, como que se tema más al bufón que al mentiroso y al ladrón.
(Publicado en el diario HOY el 14/2/2016)