La democracia está siempre sujeta a una doble pulsión: la oligárquica y la demagógica. A partir de las crisis del petróleo de los 70, se fue imponiendo la oligárquica de la mano de la contrarrevolución neoliberal, hasta alcanzar su punto álgido con la Gran Recesión. Esta ha provocado una reacción demagógica y antielitista al abrir la brecha entre ricos y pobres y socavar el estatus socioeconómico de las clases medias. A esta reacción responden los triunfos del ‘brexit’, Donald Trump y el no a la reforma constitucional en el referéndum celebrado el día 4 en Italia, así como el auge electoral de la ultraderecha en Francia, Holanda, Austria o Alemania, entre otros países.
Al igual que en la consulta británica y las elecciones de EE UU, en Italia ha ganado el no al ‘establishment’. Más que responder no a la enrevesada pregunta que se les formulaba, la mayoría de los italianos dijeron no a quien consideraban la encarnación de lo establecido, su primer ministro. El propio Matteo Renzi tiene la culpa, pues planteó la consulta como un plebiscito sobre su mandato al anunciar que dimitiría si la reforma, contestada en su propio partido, era rechazada en las urnas. Renzi ha intentado derrotar al populismo, tanto al de izquierdas del Movimiento 5 Estrellas (M5S) como al de derechas del resucitado Silvio Berlusconi y la xenófoba Liga Norte, en su propio terreno y ha salido trasquilado. Los italianos han hecho lo que les pidió el líder del M5S, el cómico Beppe Grillo: votar «con las tripas». La retórica incendiaria de Grillo recuerda a la del protagonista de la película ‘Network’ (1976), el presentador de televisión Howard Beale. Como este, un creciente número de ciudadanos de aquende y allende el Altlántico están más que hartos y no quieren seguir soportándolo. Saben que las cosas están mal, peor que mal, y que poco a poco su mundo se empequeñece. Están cabreados por la crisis, el paro, el terrorismo, la delincuencia… Y como la vieja y fría política no es capaz de resolver estos problemas se abren de orejas a la nueva y caliente política, la de los mesías catódicos como Beale. Pero estos tampoco les dan soluciones, sólo buscan cabrearlos más. «¡Todo lo que sé es que primero tienen que enojarse!», exhorta Beale a sus telespectadores.
En tiempos de cólera como los que vivimos, no caben medias tintas, escalas de grises, verdades incómodas, razones de peso, dudas metódicas ni tibios como Íñigo Errejón. «Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Mas por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca». No, no son palabras de Pablo Iglesias sino del Apocalipsis y más vigentes que nunca en estos días de ira en los que la templanza es un valor en baja. Sin embargo, es lo que necesitamos para encontrar soluciones consensuadas a los males que nos aquejan. Como explica Norberto Bobbio en ‘Elogio de la templanza’, esta es lo contrario de la arrogancia, la prepotencia, la perversidad, la vanidad y el abuso de poder, pero no debe confundirse con la pusilanimidad. «El pusilánime es aquel que renuncia a la lucha por debilidad, por miedo o por resignación. El moderado no: rechaza la destructiva competición de la vida (…)», aclara el pensador italiano. Tampoco es vengativo ni echa leña al fuego de los odios, reabriendo las heridas. En el mundo al que aspira no hay vencedores ni vencidos, ni fríos ni calientes.
(Publicado en el diario HOY el 11 de diciembre de 2016)