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El poder de la estupidez

BRU1. BRUSELAS (BÉLGICA), 31/10/2017.- El expresidente de la Generalitat de Cataluña Carles Puigdemont interviene durante la rueda de prensa que ofreció en el club de la prensa de Bruselas, Bélgica, hoy 31 de octubre de 2017. Puigdemont llegó este lunes a Bruselas después de que el fiscal general del Estado de España, José Manuel Maza, anunciara una querella por rebelión, sedición y malversación contra él y el resto del gobierno regional, así como otra querella contra la mesa del Parlamento autónomo. EFE/ Olivier Hoslet/
BRU1. BRUSELAS (BÉLGICA), 31/10/2017.- El expresidente de la Generalitat de Cataluña Carles Puigdemont interviene durante la rueda de prensa que ofreció en el club de la prensa de Bruselas, Bélgica, hoy 31 de octubre de 2017. Puigdemont llegó este lunes a Bruselas después de que el fiscal general del Estado de España, José Manuel Maza, anunciara una querella por rebelión, sedición y malversación contra él y el resto del gobierno regional, así como otra querella contra la mesa del Parlamento autónomo. EFE/ Olivier Hoslet

Tenía mis dudas, pero se han despejado. Estos últimos días he constatado que Carles Puigdemont es estúpido. Sí, estúpido según la definición que hace del término Carlo M. Cipolla en sus ‘Leyes fundamentales de la estupidez humana’, opúsculo que ya cité en el artículo ‘La conjura de los necios’, publicado tras los atentados de Barcelona y Cambrils del 17-A.

Decía entonces que Cipolla clasifica a las personas en cuatro tipos: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos. El incauto beneficia a los demás aun perjudicándose a sí mismo. El inteligente se beneficia a sí mismo y a los demás. El malvado actúa movido solo por el beneficio propio sin importarle perjudicar a los otros. El estúpido daña a otros sin sacar provecho alguno, o incluso peor, obteniendo un perjuicio.

Y así ha hecho el presidente de la Generalitat al no convocar elecciones autonómicas y al consumar la estulticia supina de proclamar la república independiente de Cataluña. Con esta delirante decisión, Puigdemont perjudica a todos los catalanes –incluidos a los independentistas, aunque, incautos ellos, no lo crean– porque los divide y enfrenta, pero también él sale damnificado, pues acabará en la cárcel. Sin embargo, prefirió convertirse en héroe local por un día que pasar a la historia del soberanismo catalán como un ‘botifler’, un traidor. Demostró así su miopía y enanismo políticos, amén de su pusilanimidad. En un momento tan crucial, Cataluña necesitaba un estadista como Josep Tarradellas y se ha visto en las torpes manos del monstruo de Artur Mas, que ha perdido el control sobre su criatura.

Si Puigdemont es estúpido, Mas es malvado. El expresident embarcó a su partido y a su país en la aventura independentista para salvar la cara, para desviar la atención sobre los recortes sociales de su Govern en lo más crudo de la cruda crisis y las corruptelas del clan Pujol y ahijados. Cuando la CUP exigió su cabeza a cambio de apuntalar el Gobierno de Junts pel Sí, Mas se sacó de la manga al exalcalde de Gerona. Pero Puigdemont pasó de ser marioneta de Mas a serlo de la formación antisistema.

Y es que a veces los inteligentes y malvados caen en la tentación de asociarse con un estúpido con el fin de manipularlo. Cipolla avisa que tal maniobra acabará en desastre, pues las personas no estúpidas subestiman el potencial nocivo de los estúpidos.

El historiador económico italiano advierte que el estúpido es el tipo de persona más peligroso que existe, más que el malvado. A su juicio, si el malvado perfecto actúa se produce una transferencia masiva de riqueza y bienestar a su favor, pero la sociedad en su conjunto no sale ni beneficiada ni perjudicada. En cambio, las acciones del estúpido empobrecen a la sociedad entera. Además, las tretas de un malvado se pueden prever porque son racionales, responden a una lógica, perversa, si se quiere, pero lógica; no así las locuras del estúpido, que son irracionales e imprevisibles. Ese es el poder de la estupidez. Para más inri, el estúpido no sabe que es estúpido, lo que contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora. En consecuencia, como lamentaba el poeta Friedrich Schiller, «contra la estupidez hasta los mismos dioses luchan en vano».

(Publicado el 29 de octubre de 2017)

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