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Dos nacionalismos en liza

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El jueves cambiará algo para que todo siga igual en Cataluña. Las encuestas vaticinan un empate técnico entre el bloque independentista (ERC, Junts per Catalunya y CUP) y el llamado constitucionalista (Ciudadanos, PSC y PP) en las elecciones. Por tanto, la llave del gobierno o la aguja de sutura las puede tener la formación que se sitúa entre ambos extremos, Catalunya en Comú-Podem, ambigua para los más y ambivalente para los menos.

Mas, escuchando a tirios y troyanos, se presenta titánica, casi imposible la operación de cerrar la brecha abierta por el ‘procés’ entre ambos bloques. Bloques que no son monolíticos pero que, ‘grosso modo’, representan dos tipos de nacionalismos. Los soberanistas, el nacionalismo étnico o cultural; los constitucionalistas, el político o cívico. Ambos nacionalismos tienen vocación transversal y echan mano de símbolos imprecisos y relatos, a menudo imaginados o imaginarios, capaces de aglutinar al mayor número posible de individuos, al margen de sus discrepancias ideológicas o socieconómicas, a fin de crear una cierta ilusión comunitaria.

Sin embargo, como explica el profesor Manuel Arias Maldonado en su ensayo ‘La democracia sentimental’, mientras el nacionalismo cívico emplea los símbolos, mitos y rasgos étnicos e históricos de forma débil, como pegamento sentimental para las frías normas e instituciones constitucionales, el nacionalismo cultural se dedica activamente a ‘nacionalizar’ a sus ciudadanos, hasta el punto de que los derechos colectivos de la nación pueden prevalecer, en caso de conflicto, sobre los individuales.

Con frecuencia es difícil distinguirlos, pues banderas hay en todas partes. Pero, según matiza Arias, mientras el primero usa las banderas para fundar un Estado liberal razonablemente neutral y plural, que deja espacio para las diferencias subnacionales (regionales y locales), el otro utiliza las herramientas públicas (la educación, los medios de comunicación, las políticas lingüísticas…) para generar sentimientos nacionales excluyentes que socavan la ciudadanía común. Dicho de otro modo, el nacionalismo cultural está obsesionado con la identidad, mientras que para el cívico la identidad ocupa un rol secundario, solo alterado en caso de guerra o éxito deportivo.

No obstante, el politólogo canadiense Bernard Yack se muestra escéptico con esa caracterización de ambos nacionalismos. «Cuando la forma racional, voluntaria y correcta de hacer las cosas resulta ser la ‘nuestra’, y el modo emocional, heredado e incorrecto de hacerlas resulta ser el ‘suyo’, deberíamos proceder con mucha cautela», advierte.

De hecho, en ambos bloques se dan simultáneamente elementos cívicos y étnicos, aunque unos prevalecen sobre otros. Es más, se dan en distintos grados y maneras entre los propios miembros de cada frente. Así, por ejemplo, en el PSC son más acusados los rasgos catalanistas que en Cs y el PP, en los que predominan los españolistas. Y en la otra orilla, unos sectores de ERC y JxCat son más abiertos que otros, y sobre todo que la CUP, a negociar con el Gobierno central y otros partidos. Eso deja un margen, estrecho, eso sí, al entendimiento entre ambos bloques (o partes de ambos) tras el 21-D. Por eso, son más necesarios que nunca los pontífices, pero en el sentido etimológico del término de «constructor de puentes». Además, ya se sabe que la política hace extraños compañeros de cama.

(Publicado en el diario HOY el 17 de diciembre de 2017)

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