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La horma de su zapato

Spain's new Prime Minister and Socialist party (PSOE) leader Pedro Sanchez shakes hands with ousted Prime Minister Mariano Rajoy after a motion of no confidence vote at parliament in Madrid, Spain, June 1, 2018. Pierre-Philippe Marcou/Pool via REUTERS/

Don Mariano Rajoy, M. Rajoy a efectos contables, ha caído como subió, de forma inesperada para propios y extraños. El señor ya expresidente ha sido víctima mortal de lo que es a la vez su mayor defecto y su mayor virtud, de lo que para unos es dontancredismo y para otros una paciencia de araña capaz de exasperar al más calmo hasta que le hace precipitarse.

A lo largo de sus siete vidas políticas, don Mariano ha hecho gala de una flema a prueba de bombas, más propia de un inglés. De hecho, nuestro ínclito gallego evoca a Robert Walpole, primer ministro británico entre 1721 y 1742, quien llegó al cargo con una profunda crisis económica, causada por el estallido de la burbuja hinchada por la Compañía de los Mares del Sur, a la que rescató con dinero público.

El filósofo David Hume decía de Walpole: «Es un hombre de habilidad, no un genio; amable, no virtuoso; constante, no magnánimo; moderado, no equitativo. (…) es un generoso amigo, sin ser un enemigo acérrimo. (…) su falta de iniciativa no está acompañada de frugalidad. Como hombre, su carácter privado es mejor que el público; sus virtudes que sus vicios; su fortuna, más grande que su fama. A pesar de sus muchas buenas cualidades, ha sufrido el odio del público; a pesar de su capacidad, no ha escapado del ridículo. Habría sido estimado más adecuadamente si nunca hubiera gozado de tan alta posición; en definitiva, estaría mejor cualificado para un segundo lugar en el gobierno que para el primero. Su ministerio ha sido más ventajoso para su familia que para su público, mejor para esta era que para la posteridad, y más pernicioso por los malos precedentes que por quejas auténticas. Durante este tiempo, el comercio ha florecido, la libertad disminuido y el estudio ha ido a la ruina. Como hombre que soy, lo quiero; como estudioso, lo odio; como británico, tranquilamente deseo su caída».

Su caída se produciría en 1742, tras la humillante derrota militar sufrida por la armada británica ante los españoles al intentar tomar Cartagena de Indias. Walpole había vendido la expedición como algo seguro y trató de encubrir la derrota prohibiendo toda publicación de la misma. Pero el asunto acabó por salir a la luz, se presentó una moción de censura en su contra en el Parlamento y el ‘premier’ dimitió.

Don Mariano ha preferido que lo echen. La dimisión hubiera sido asumir tácitamente su responsabilidad política por lo que ha negado hasta la saciedad: que el PP ha sido condenado por corrupción. Lo que sí está es sentenciado con él al frente, pues es el líder peor valorado, según el CIS. Por tanto, presumiblemente también cedará los trastos del partido a savia nueva.

El tiempo de Rajoy, el de la vieja política, ha pasado. Quizás antes de lo previsto hasta por el propio Pedro Sánchez. Pero es que don Mariano ha cometido con el líder socialista el mismo error que sus rivales anteriores con él: lo ha subestimado, como lo subestimaron enemigos íntimos como Susana Díaz, amén de algún que otro jarrón chino y vocero del ‘establishment’ convertido al naranjismo.

Esta vez, don Mariano no ha valorado al miura que se le venía encima; pensaba que, como otros, pasaría de largo, se aconcharía o tropezaría antes de derribarlo de su pedestal. Ha encontrado la horma de su zapato: un tipo tan obstinado como él, la némesis de Albert Rivera y Pablo Iglesias, que son presas de su impaciencia. Ahora, Sánchez necesitará de toda su resiliencia para una faena que se antoja temeraria. Veremos si está a la altura.

(Publicado en el diario HOY el 3 de junio de 2018)

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