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TUR09. TURÍN (ITALIA), 21/10/2013.- El escritor y pacifista israelí Amos Oz saluda durante un descanso de una lección magistral dictada en el Teatro Regio de Turín, Italia, el 12 de noviembre del 2010. Oz murió hoy de cáncer a los 79 años. EFE/Tonino di Marco/

El año acaba de manera inquietante, con la entrada de la extrema derecha en las instituciones españolas. Supone un nuevo triunfo de la política sentimental sobre la política racional, de las tripas sobre el cerebro, de la posverdad sobre la verdad, del egoísmo nacional sobre la solidaridad universal, de los chacales sobre las lechuzas, del animalismo orwelliano sobre el idealismo trascendental, de la intolerancia sobre la tolerancia…, en definitiva, del fanatismo sobre la mesura.

«Lo más peligroso del siglo XXI es el fanatismo. En todas sus formas: religioso, ideológico, económico…», advertía Amos Oz, fallecido el pasado viernes. Para el escritor israelí, el fanatismo no fue creado por Al Qaeda o el Estado Islámico ni tampoco por la Inquisición y se da tanto en la derecha como en la izquierda radicales, tanto en Oriente Medio como en Rusia, Estados Unidos o Europa. A su juicio, es un gen que está en casi todos nosotros, es la tendencia del ser humano de cambiar a los demás para que sean como él. Y quizá empieza en la familia, porque es muy común que le digamos a los niños: «Tienes que ser como yo».

El fanatismo crece «en tiempo de simplificaciones» como los que vivimos, en los que «la gente ya no teme parecer extremista». Como explicaba el autor de ‘Contra los fanatismos’ y ‘Queridos fanáticos’, cuanto más complejos se van haciendo los problemas, más y más gente está hambrienta de respuestas muy simples, como las que se dan a los niños. Pero muy a menudo dichas respuestas son fanáticas. Por ejemplo: «Todos nuestros problemas se deben a la civilización occidental» o «a los islamistas» o «a los inmigrantes» o «a la globalización» o «al sionismo» o «al feminismo»…

Estos mensajes son dirigidos a quienes tienen miedo a los cambios y buscan un chivo expiatorio al que culpar de sus males. De resultas, quien tiene la valentía para cambiar o promover cambios es tachado de traidor por los fanáticos. Es –como recordaba Oz, autor de ‘Judas’, obra en la que cuestiona que el Iscariote traicionara a Jesús– lo que le ocurrió a Lincoln cuando liberó a los esclavos negros del sur de EE UU, o a De Gaulle cuando sacó a Francia de Argelia, o Rabin por firmar los Acuerdos de Oslo con Arafat.

El mismo Oz es un traidor para los ultranacionalistas de su país por manifestarse en contra de los asentamientos judíos en los territorios ocupados y a favor de dos Estados, uno israelí y otro palestino. No en vano el Príncipe de Asturias de las Letras de 2007 cambió su apellido paterno, Klausner, por Oz, que significa en hebreo «coraje». El coraje de un librepensador del que carecen los fanáticos, los borregos cegados por el miedo y el odio, los cobardes que no se atreven a romper sus cadenas y salir de la caverna, los oscurantistas infantiloides sin luces. Porque, como decía Kant, «la Ilustración es la salida del ser humano de su minoría de edad», de la que él mismo es culpable porque la causa de la misma no radica en un defecto del entendimiento sino en la falta de coraje para servirse del propio sin la dirección de otro. Y es que, como lamenta el filósofo alemán, «¡es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un director espiritual que reemplaza mi conciencia moral, un médico que me prescribe la dieta, etcétera, entonces no necesito esforzarme. Si puedo pagar, no tengo necesidad de pensar: otro asumirá por mí tan fastidiosa tarea». «¡Sapere aude! (¡atrévete a saber!)». He aquí, según Kant, la divisa de la Ilustración, la vacuna contra el fanatismo.

(Publicado en el diario HOY el 30 de diciembre de 2018)

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