ÉRASE una vez dos ciudadanos que recibieron un trato desigual por parte del Shylock de turno. El primero era un jubilado con una pensión de hambre pero sin deudas y con casa sin hipotecar. Corría el año 2003, momento de máxima hinchazón de la burbuja inmobiliaria, cuando un promotor advenedizo y fenicio, de esos que entonces proliferaban como moscas al olor del dinero, le hizo una oferta que no podía rechazar: permutar su casa por uno de los pisos que pretendía levantar en el solar que ocupaban su vivienda y las colindantes. Nuestro jubilado y sus vecinos aceptan a condición de que, por escrito, el promotor se comprometa a cederles sus nuevos techos libres de cargas. Nueve años después les llega una notificación del juzgado en la que un banco, antaño caja de ahorros, ha iniciado el procedimiento judicial para vender a través de una subasta pública sus casas por impago. En plata, el desahucio. ¡¿Cómo?! Nuestro jubilado se entera de que el promotor advenedizo había hipotecado su piso y los de sus vecinos y que no había saldado completamente los créditos hipotecarios antes de entregárselos. El promotor había ido engordando sus deudas y reinvirtiendo sus ganancias en nuevos pelotazos inmobiliarios hasta que la burbuja pinchó y su cántaro de la lechera hizo ‘crack’. Acosado por bancos y acreedores, el promotor desaparece como si se lo hubiera tragado la tierra. Entonces, el banco, antaño caja, decide ejecutar la hipoteca. Finalmente, nuestro jubilado llega a un acuerdo con el banco por el que asume la hipoteca pendiente para no perder su casa. Una injusticia, pero la ley no le hace justicia. Solo le queda apechugar y demandar por lo civil o por lo penal al desaparecido y desaprensivo promotor con la vana esperanza de que algún día, quizás cuando ya esté criando malvas, se haga justicia.
El segundo ciudadano es un político y sindicalista profesional, militante destacado de una formación que con la mano izquierda en alto se manifiesta contra los desahucios y clama justicia social y el pago de la renta básica a los que solo tienen una mano delante y otras detrás, mientras que con la mano derecha pacta con el ‘enemigo’. Nuestro político rehúye los focos, aunque es el gran muñidor de los pactos de la dehesa que encumbraron y sostienen al popular mayoral del cortijo. Sin embargo, esta semana no ha podido evitar ser el foco de atención. El consejo rector de la caja a la que intentaba mangonear le reclama deudas impagadas desde hace 16 años. Es más, parte de esas deudas corresponden a una empresa de promoción inmobiliaria que nuestro político montó con la propia entidad financiera y cinco camaradas más y que se vino a pique al poco de echar a andar, aunque oficialmente no está liquidada. ¿Y cómo ha esperado tanto la caja para reclamarle esas deudas? No parece casual. Huele que apesta a que es un ajuste de cuentas por intereses creados; todo hace sospechar que actuales directivos de la caja airearon el asunto para vengarse de nuestro político por, dicen las malas lenguas, pedir sus cabezas.
Estos dos cuentos inmorales, pero reales, son dos botones de muestra de quienes han sido los pringados que han acabado pagando los ladrillos rotos por tahúres del Monopoly, financiados por cajas manirrotas manejadas por corsarios políticos y con la connivencia de una justicia con parche en el ojo. Es para sentirse como el filósofo Diógenes el Cínico, cuando, lámpara en mano, clamaba que buscaba hombres honestos y apartaba a los tipos que se le acercaban diciendo: «Hombres he llamado, no heces».
(Publicado en el diario HOY el 29/6/2014)